Las muestras de condolencia no cesan. Incluso desde los sectores más agnósticos y críticos con la Iglesia católica, se empeñan en mostrarnos el profundo y positivo cambio que esta ha vivido durante los doce años de pontificado de Francisco. Quizás sea recordado como un pontífice valiente, el Papa del siglo XXI: un Papa acorde con los tiempos, comprometido, viajero. Pero jamás debemos olvidar que heredó un legado inmejorable.

El primero en bajarse de la silla fue Juan Pablo II, quien descendió de su pedestal para estrechar manos. Ambos fueron papas viajeros —cada uno con su estilo, más o menos prudente—, pero comprometidos y cercanos. El pontificado de Francisco fue heredero de lo que comenzó su predecesor, tras la vuelta a una estabilidad necesaria que proporcionó Benedicto XVI.

Lamento profundamente su partida. Y lamento también cómo personalizamos, humanizándolo hasta extremos inauditos, el legado que nos deja. Francisco, el hombre bueno y afable, era ante todo un símbolo: la cabeza de una Iglesia, la conciencia, la esencia y el alma de más de dos mil años de historia. Representaba una institución llena de opiniones, ideas y personas con distintas formas de pensar, actuar y ser, pero, al fin y al cabo, unidas por un único sentimiento religioso.

Francisco canonizó a Juan Pablo II, el primer Papa que viajó, que sufrió atentados, que se comprometió socialmente, que fue valiente y prudente, reformista, y que ahora parece olvidado frente a su discípulo. Algo, por otro lado, común y sabio. Francisco siguió los pasos de quien se bajó de la silla, de quien viajó, de quien se atrevió a ir más allá, de quien no tenía miedo de hablar. Engrandeció el legado del primero que rompió las reglas, sin tomar partido.

Esperemos que ambos iluminen al cónclave. Estoy convencido de que, llegue quien llegue, ya no tendrá más remedio que adaptarse a lo que hay, tanto si es reformista como conservador. Queda claro que desde Juan Pablo II muchas cosas cambiaron: hasta Benedicto tuvo que conformarse con el papamóvil, con lo que debían gustarle las sillas de mano. Y Francisco ha ido todavía más allá. El camino estaba allanado. No sé qué llegará ahora, pero, sea lo que sea, siempre será lo que Dios quiera.