La calle Misericordia no sería la misma sin el mítico bar ‘Er beti’ entre su fisionomía. Tras su fachada de piedra se esconde un lugar que este jueves alcanza su 65 aniversario. Para muchos esa sería la edad de jubilación, pero para este establecimiento no es más que una etapa más que los propietarios afrontan con ganas e ilusión.
En la barra de ‘Er beti’ nos espera José Garrido Prado, el segundo propietario, ya jubilado, pero que sigue acudiendo a la que ha sido su segunda casa media vida porque “mis hijos y mi sobrino me lo piden. Les gusta que esté aquí y que la transición entre ellos y yo sea poco a poco, y que todo el que me conoce se siga quedando con ellos”, confiesa.
La esencia y la historia de este bar nació con el tesón y el afán de superación del padre de José, en el año 1959. Entonces, como bien alcanza a comentar José, “era una taberna donde se vendían medias botellas”. Era lo que se estilaba entre la clientela, pero su padre fue más allá, y para que todo el que llegaba a la taberna no se emborrachara, su padre comenzó a “poner medios huevos duros con sal” a modo de tapa y posteriormente fue adquiriendo “latas de sardinas y de filetes de caballas de Conservas del Sur”, que además alargaban las estancias de los clientes en la taberna.
La taberna nació con suelo de albero, y tras la ayuda de un tío de José, cuñado de su padre, el suelo pasó a ser de cemento. Como se estilaba en la época. En 1981 este establecimiento comenzó a tener cocina, que no era más que un espacio reservado en lo que ahora es la entrada del local, y en el que se empezaron a añadir platos a la carta, en principio, reducida. Su madre “nunca cocinó en el bar, ella prefería hacerlo en casa y traerlo”, pero su implicación era igual de importante que la de su padre, confirma José.
Entonces se hacían guisos esporádicos, los fines de semana, siempre caseros, como el ajo caliente, un plato que se sigue conservando en la carta actual. De hecho, José admite que “mi padre lo hacía en un cuenco de madera que se rompió y compró otro de la Sierra de Cádiz que le costó 25.000 pesetas y con el que se sigue cocinando hoy en día”. De hecho, enseña orgulloso el cuenco, que es ya una reliquia de ‘Er Beti’.
El espacio también ha cambiado, pero sigue manteniendo la esencia de aquella primera taberna que arrancara a finales de los años cincuenta. El local era algo más reducido, puesto que la barra era apenas la mitad de la anchura del establecimiento actual, y el salón interior llegaba hasta la puerta de la cocina. Tras ella había una habitación que hacía las veces de almacén. Pero en sus paredes, y en la memoria de José, sus hijos y su sobrino, así como de la plantilla de ‘Er Beti’, siguen estando los recuerdos de los inicios y de estos últimos 65 años, a modo de fotos y anécdotas. Porque las hay, y muchas.
José confiesa que “yo voy de retirada, porque a mis 74 años estoy jubilado, pero me gusta estar aquí”, admite. Y es que, la clientela “son más bien amigos, y así da gusto”. José no siempre estuvo tras la barra del bar. De hecho, durante once años y hasta que se casó en 1976, fue técnico de radiotelevisión. Después pasó a acompañar a uno de sus hermanos en una tapicería y ya “en el 85 mi padre me pidió que me viniera con él”. Preguntado si en algún momento se ha arrepentido de entrar en el negocio familiar contesta tajante que “nunca. Porque disfruto de esto. Tiene sus pros y sus contra, hemos pasado dificultades, pero he tenido suerte de hacer algo que me encanta”. Y eso es un lujo.
Aunque muchos clientes tienen claros sus platos típicos o preferidos, José es incapaz de destacar uno por encima de otros. Pero nos relata que hay que probar “el menudo, la carne mechada o la lengua con tomate”. También nos habla de que “los sábados, esporádicamente, se hace berza. Yo les ayudo dándoles indicaciones desde la barra”, explica risueño, y “con las recetas de mis padres”. Eso sí, a lo largo de los años ha habido platos que han salido de la carta y otros han entrado, pero siempre movidos por el empuje de los clientes. Pero en realidad “todos los platos están exquisitos”, admite.
Orgulloso explica que “la gente, cuando ve la terraza llena y mira hacia dentro del local y lo ve igualmente lleno, se queda parada pensando”, sabedora de que es un indicador de la calidad del género de este local, por lo que, prefiere esperar para poder conseguir una mesa. Hablar de la calle Misericordia es hablar de ‘Er Beti’, y es consciente que la tercera generación de esta familia está trabajando duro para que portuenses y turistas puedan disfrutar de este establecimiento muchos años más. Pero José también siente mucho orgullo al explicar que, cuando ha viajado, se ha encontrado a clientes que han pasado por su local y lo han reconocido y “me han dicho nos vemos en El Puerto cuando volvamos”, y eso es un reconocimiento al trabajo bien hecho.