El Puerto en los últimos tiempos se suma en un apocalíptico caos, muertos famélicos pueblan las aceras por culpa de la nefasta gestión de las ayudas sociales, las cuales, dignamente ofrecidas por el Gobierno central, dilapidan los gestores locales.
La suciedad y la maleza campa a sus anchas, dando cobijo a ratas y cucarachas, que se adueñan de las calles. Los ruinosos edificios, a pesar de los esfuerzos de sus propietarios, se derrumban, fruto de las bárbaras hordas de borrachos que contrata el propio gobierno local para sumir en el caos a la ciudad.
La que fuera ciudad de los cien palacios, es hoy la nueva Sodoma y Gomorra, destino de cientos de familias de toda la geografía nacional… que digo, mundial, que han encontrado aquí el paraíso de la lujuria, abusando del alcohol y esclavizando a la tranquila población, que, encerrada en sus casas, teme por su vida.
Todo está perdido, bajo un mandato de abominables señores de la fiesta, que bajo engaño y compra de votos consiguieron hacerse con el control de las instituciones, la noble población sufre las humillaciones y llora en silencio viendo como se derriban sus edificios emblemáticos, como se destrozan sus símbolos, y como, poco a poco, la vergüenza y la decencia dan paso a la propia prostitución de la hostelería, ansiosa de cubrir gastos a costa del sufrimiento de los portuenses.
No puedo sentir más que vergüenza viendo como arden los pilares de nuestras más sagradas instituciones bajo la rueda de una sádica carroza de alegría.
Cuándo volverán los tiempos de la paz, cuándo esta ciudad volverá a sus Tedeum y autos de té. Qué hemos hecho para merecer este castigo, hasta cuándo hemos de soportar esos aquelarres de música en directo, hasta cuándo será necesario soportar esas hordas de salvajes familias de turistas que nos amenazan, Penitenciagite, como diría Dulcino, creo que ni gritos ni Facebook, la ciudad necesita que todos los portuenses de bien salgamos a la calle con nuestras espaldas desnudas sufriendo la disciplina de tres cuerdas.
Solo así salvaremos nuestra ciudad de esos apocalíptico-politicosjinetes que son el alcohol, la fiesta, la música… y el pero de todos, el jinete de la alegría.
Alzaos parapollasporteños, luchemos contra este infierno y hagamos de esta ciudad lo que siempre quiso ser… un convento, y ya sabéis para qué.