Mar Vázquez Parra (Tribuna libre).- Una de las grandes devociones de nuestra ciudad reside en una de las capillas más pequeñas de la misma, San Juan de Dios. Ya sea por los titulares del Lunes Santo, por San Judas o por el Sagrado Corazón de Jesús, el río incesante de fieles no deja nunca de emanar de los diferentes afluentes de la vieja calle.

Y es que, además de la labor patrimonial que la Hermandad de los Afligidos realiza para con El Puerto manteniendo dicha capilla abierta cuatro veces por semana, incluso ofreciendo visitas guiadas en determinadas épocas del año, también realiza una labor social continuada en el tiempo y que obviamente durante el catastrófico año de la pandemia ha intensificado.

En principio su labor incesante se basaba en la aportación de alimentos a las Comendadoras del Espíritu Santo, pero una vez iniciado el confinamiento intensificaron dichas aportaciones a la par de hacer entregas extraordinarias de lotes de carne y avíos de puchero a esas familias que suelen llamarse “vergonzantes”, es decir, esas familias que aún atravesando malos momentos no son capaces de manifestar sus necesidades, siempre con la mediación de los ángeles que habitan en el convento de Pozos Dulces.

Los hermanos del Lunes Santo tampoco se olvidan de las RR MM Concepcionistas a las cuales han abastecido de mascarillas y geles hidroalcohólicos.



Tras el periodo de cuarentena en el que se mantuvo la capilla cerrada, el primer día que se abrió el viejo portalón se reactivó la recogida de alimentos no perecederos ininterrumpida desde el año 2008 y que sigue en la actualidad. Dichos alimentos son entregados a Cáritas parroquial de la Basílica Menor.

Y aunque los donativos de las colectas de las eucaristías de cada sábado hayan mermado debido a la limitación de aforo que ha ido experimentando la capilla del hospital de San Juan de Dios en estos meses, la Hermandad sigue auxiliando a cuantas familias están necesitadas, a las necesidades que se desprenden del torno del Espíritu Santo y a las entregas mensuales a Cáritas parroquial. Sin olvidar las recogidas especiales dependiendo de la época del año como pueden ser las recogidas de turrón o de juguetes.

Otra vieja devoción portuense, mermada por los años pero ni mucho menos desaparecida, es la que se ancla en el convento de las Capuchinas, la cual tiene como fiel escudero a unos devotos que cada mes rinden culto a la portentosa imagen del Cristo del Amor. Dicho grupo de fieles, compuesto por familias humildes y trabajadoras, además de la oración también realizan sus obras de caridad ante las necesidades manifiestas de las hermanas Capuchinas así como con familias y feligreses que en dicho convento se dan cita. Así mismo, dicho grupo humano, fueron voluntarios en las recogidas que ha convocadoel colectivo de Capataces y Costaleros de nuestra ciudad. Especial hincapié habría que hacer en esta labor social ya que son un grupo de oración donde ni existen cuotas ni donativos, son los bolsillos de dichos integrantes los que se prestan a ayudar al prójimo de forma libre y sincera para mayor gloria de Dios, por ello hay cruces que vuelven a su lugar de origen.



Y es que nuestra ciudad está llena de símbolos cristianos, por algo es la ciudad de Santa María, la ciudad mariana donde las haya. Uno de esos símbolos son los diferentes azulejos que se esconden en diferentes calles de El Puerto, pero existe uno que es el más visto de cuantos existe por la ubicación del mismo, y ese es el de Nuestro Padre Jesús de los Afligidos. Ante dicho altar popular, ya que jamás le falta una maceta o una flor, se detienen muchas personas diariamente, otras, incluso montadas en ciclomotores, sostienen el mismo con una sola mano para persignarse con la otra cuando pasan por delante.

Al igual que José, un portuense que cada día tomaba el autobús para ir a cuidar a un señor mayor con ambas piernas amputadas. Al estacionarse el vehículo en la parada de Micaela Aramburo miraba al Señor y le pedía con todas sus fuerzas por su enfermo particular al que no dejó ningún día de la cuarentena, “ya tuviese que cruzar El Puerto solo con un virus que no sabía cómo venía”. Él sabía que más pronto que tarde partiría a la casa del Padre y que su trabajo finalizaría, pero siempre le pedía al Señor que la aflicción del enfermo fuera menor pues las conversaciones que ambos mantenían eran como las de un padre y un hijo, algo que José echaba en falta y que en su enfermo encontró con creces. Hasta que finalmente, un día pasó por delante del azulejo y misteriosamente el azulejo no guardaba ni una sola flor, por lo que se bajó del autobús y compró un ramillete de clavellinas rojas, se las puso a Nuestro Padre Jesús de los Afligidos y volvió caminando a su trabajo. Cuando llegó ya se habían llevado a su afligido particular.

Los cofrades portuenses velan por la permanencia y en la actualidad hasta por la supervivencia de las instituciones, pero también velan por su patrimonio y el óptimo mantenimiento del mismo, porque aunque a muchos mortales les parezca una idiotez tener o poner un azulejo, un crucifijo o una pintura del titular de una hermandad a vista de todos, y nos hagan preguntas sobre el ibi y otros impuestos de la Iglesia, o sobre el oro del Vaticano, señores, los cofrades portuenses nos preocupamos por los propios portuenses y por nuestra ciudad, para que en este ejemplo José encontrase fuerzas, para el resto de asuntos diríjanse a despachos más infranqueables, que los cofrades ya tienen bastante con servir a los que necesitan pan, fuerza y fe.