Nos has robado la primavera. Llegaste desde muy lejos, te hiciste dueño de nuestro modo de vida y lo cambiaste hasta ese punto en el que tú y sólo tú andabas libre por nuestras calles, nuestros parques, nuestras terrazas y nuestros lugares de encuentro.
Llegaste y conseguiste que tuviésemos que disfrazarnos todos para salir a la calle. Sólo tú has sido capaz de separarnos físicamente de todos los que amamos.
Ganaste terreno en nuestras manos y las cubriste con guantes, te apoderaste de nuestros rostros y nos hiciste esconderlos detrás de las benditas mascarillas que pueden salvarnos de tu ataque.
Eres malo, muy malo... No perdonas, no tienes compasión con los más débiles y no le das cancha a los fuertes, a los que atacas también sin ningún reparo, ni siquiera ése que en toda guerra es un derecho ineludible. Ése que prohíbe atacar a los que nos curan. Pero nada, tú vas y le das fuerte también a ellos, porque no te basta con el resto.
Eres malo, muy malo… Porque has atacado tan duro, que a alguno de nosotros el miedo y el dolor de ver el sufrimiento que has causado nos ha paralizado. Pero te estamos venciendo, lo estamos logrando, y te vamos a pisotear igual que tú has hecho con nosotros.
Ahora sólo nos queda hacernos fuertes, armarnos hasta la médula, ponernos los escudos y salir a batallar para ganarte la guerra.
Aunque hay algo que siempre nos hará odiarte. Te llevaste por delante a mucha gente a los que aún no les tocaba irse, y sigues tirando de la cuerda para llevarte a muchos más.
Eres malo, muy malo... Nos robaste la primavera, pero hay algo con lo que no contabas: nos enseñaste a unirnos contra tu maldad.