Es todo tan complicado que cualquier cosa que se piense o diga puede ser o no puede ser. Todo lo que pensamos o sabemos puede cambiar en cuestión de segundos. Cuando pensamos que hemos alcanzado la seguridad sobre algo, una nueva noticia nos desdice, obligándonos a cambiar de criterio.
Para algunos, la mejor opción se sitúa en supuestos extremos conglomerando el sí y los no en la misma postura. Por su parte, las autoridades, nos piden un esfuerzo mental más cercano a la religión o el fanatismo, pidiendo que les creamos en un dogma de fe con verdades inmutables.
Hoy la mascarilla no sirve, pero mañana son imprescindibles; los asesores están ocultos, posiblemente desde una nave interestelar asesorando al gobierno.
Juegan al ajedrez sin criterio ni estrategia, y aun no siendo creíble el revanchismo político, las actuaciones dejan entrever la manipulación, posiblemente irreal.
A estas alturas no somos capaces de enlazar con lógica todo lo ocurrido, y mucho menos las directrices de un gobierno que rectifica sus propias medidas constantemente.
La inseguridad, la incertidumbre, la sospecha, el clima viciado del rédito político que, como los cantes de ida y vuelta, van y vienen de un extremo a otro, todo, todo lo ocurrido se envuelve en ese Dogma de Fe en donde la verdad absoluta solo es una.
Sin embargo, la realidad es que no estamos en el siglo I, ni en el siglo XVII. Tenemos criterio, razonamos, y aun comprendiendo que la situación requeriría que confiáramos en un mando único, no podemos. No gozan de la infalibilidad, pero lo peor es la ocultación de criterios, la absurda e injustificada negativa a decir los asesores en cuyas manos y mentes estamos (que de seguro serán cuestionados).
La deriva de los acontecimientos ha ido evolucionando, hemos madurado con la pandemia, y a estas alturas ya no sirve el ordeno y mando, y aunque el peligro no ha desaparecido, la diversidad de opiniones deja, a quienes ordenan, huérfanos de potestad absoluta, ahora es tiempo de justificar cada paso.