Quienes hoy son tan denostados —causando, para algunos, verdaderos quebraderos de cabeza por sus costumbres, hábitos y forma de divertirse— pertenecen a una generación marcada por el imperio tecnológico. Con apenas unos años de vida en este océano de convivencia, se mueven con soltura en la informática y la telefonía, aprovechando al máximo esta era digital. Tanto es así que, admitámoslo, a veces nos dan lecciones de cómo exprimir nuestro propio entorno.
Yo nací en la generación de la carta de ajuste, que nunca supe bien para qué servía, pero que amenizaba las tardes… hasta que, a las cinco o cinco y media, aparecía Un globo, dos globos, tres globos. Algunos recuerdan que, tras el himno, volvía a aparecer de madrugada, cuando hasta los padres se habían ido a dormir.
Más que generación digital, la mía fue la del VHS, aunque en realidad siempre me sentí parte de la Generación Beta, la versión que no funcionó del todo de las cintas de vídeo. Exprimimos aquel invento: películas sin anuncios, grabar la serie preferida sin estar presente… toda una revolución para la época. Incluso podíamos alquilar Norte y Sur y verla de un tirón, aunque lo emocionante era seguirla semana tras semana. Las favoritas las veíamos hasta diez veces, para desesperación de mi abuela.
Podría decirse que mi generación, de puro acero, creció sin mimos ni avances tecnológicos. Podemos criticar que ahora los niños, desde los dos años, ya tengan móviles; podemos decir que carecen de nuestra paciencia, porque la tecnología les da todo al instante. Pero no es cierto. Cada generación aprovecha las herramientas que tiene a su alcance.
Nosotros pasamos del pick-up a la columna mega chachi con sonido envolvente; del vinilo al casete; y de ahí al CD, que incluso se podía grabar. Algunos saltamos de la carta de ajuste al vídeo, y luego a las cuatro cadenas de televisión —algunas privadas y con el morbo de las Mama Chicho—.
Es verdad que el avance es cada vez más rápido, pero nos afecta a todos. Los tiempos avanzan que es una barbaridad. Hoy los miléniales ya se han quedado atrás, los nacidos en 2010 dan lecciones a los del 2004, y ni me imagino lo que enseñarán los del 2020 a los del 2010.
Ese es el ciclo natural de la vida: uno que algunos insisten en ensombrecer, perdiendo tiempo en criticar todo lo que se mueve. Y al final, por muy progres que se crean, acaban demostrando que siguen anclados en su propia Generación de la Carta de Ajuste.