La literatura es una de mis grandes pasiones desde que tengo uso de razón. Recuerdo que entraba en el despacho de mi padre, un marinero que en sus interminables guardias se dedicaba a leer, y le prometía que algún día leería todos los libros que poseía en su discreta biblioteca. Ciertamente en el colegio leía un libro de texto cuyo personaje principal era un tal Borja, pero cuando llegaba a casa, me subía hasta la balda de temas locales y bebía de los versos de José Luis Tejada. Con algo más de edad, gracias a profesores y amigos de mi padre, fueron sucediéndose los géneros y las temáticas construyéndose así la personalidad de una lectora.
El entorno fue culminante, puesto que ante mi inquietud, tanto amigos de la familia como mis profesores, me regalan libros o me lo dejaban, hasta que tuve edad de salir sin compañía y poder ir a la biblioteca municipal, e incluso algunos me llevaban al teatro de Jerez donde la oferta cultural era mucho más amplia que en El Puerto por entonces. De hecho, aceptaron mi compañía en la inolvidable tertulia El Ermitaño gracias a mi profesora de Lengua y Literatura, donde disfrutaba y aprendía de la sabiduría y de las letras de escritores de la talla de Julio Rivera, Verónica Pedemonte o de Rafael Esteban Poullet, Faelo. No puedo olvidar la enorme suerte que tuve cada vez que Antonio Muñoz Cuenca venía a casa cuando hacía mal tiempo con la excusa de ver a mi padre para recabar palabras del mar, estaba escribiendo por entonces El habla de El Puerto, y me pedía ver lo que había escrito desde su última visita. Que grandes consejos me regaló.
Pero, aunque me encantaba ir al teatro y la lectura, cuando llegaba cuaresma contaba los días para asistir a un acto en concreto. Recuerdo con especial ilusión la espera de la presentación del cartel de mi hermandad del Nazareno, la cual se desarrollaba entre las botas de vino de jerez del Castillo de San Marcos, que más tarde pasaría por las botas de Osborne en su bodega de Mora para terminar languideciendo entre los muros del antiguo templo de María Santísima de los Dolores, actualmente auditorio Monasterio San Miguel.
A mi padre le entusiasmaba acudir a esta fecha especial a la cual permitía que le acompañase a pesar de mis escasos centímetros sobre el suelo. Y entre olor a albero, madera de roble y fino, yo soñaba con ser capaz de trenzar palabras e incluso de leerlas sin susurrar como lo hacía en mi habitación. Mi sueño era ese, presentar el cartel del Nazareno y ofrecer el pregón del Carmen; mis hermandades. Y ambos fueron un regalo del cielo cuando en 2004 y 2005, en menos de un año, ofrecí ambos. Algo que jamás olvidaré por mucho que aclare mi melena.
Pero lo cierto es que, gracias a esta afición mía, me fueron llevando a más pregones y ahí descubrí a Francisco del Castillo Tellería, Juan Villareal Panadero y José Manuel Castilla Osorio. A pesar de la cuantía creciente de presentaciones de carteles y pregones y por ende, de pregoneros, para mí solo había un tridente que marcaba amplía diferencia. Aún recuerdo el pregón de la feria de Castillo y Villareal a alimón. En El Puerto no se habló de otra cosa en meses.
Escasas pero inmensamente inteligentes han sido las personas que se preocupaban de la calidad literaria en estas lindes. Ejemplo de ello era el presidente del Consejo Local de antaño, Adolfo Ortega, el cual, gracias a su entrega y tesón viajaba a localidades vecinas, cuando no existían trenes de cercanías ni internet, y nos trajó a pregoneros como al roteño Juan Antonio Liaño Pazos o a los inolvidables Enrique Victor de Mora y Quirós e Inmaculada Cáliz. Estos dos últimos, junto a Paqui Durán y Gabriel Álvarez Leiva, tomaron los atriles portuenses y se convirtieron en un soplo de viento del sur aunque procediesen de más allá de la cuesta del Chorizo.
Hoy, Domingo de Pasión, echo mucho de menos sentarme en una silla y sentir ese pellizco que te lanza a unir las palmas de las manos o incluso pronunciar un olé. Ofrecer un pregón es empresa ardua ya que merece una calidad literaria, un registro muy concreto y una autoridad sobre el espacio que conlleva un tiempo importante, el cual actualmente es difícil encontrar. Y por supuesto no es solo cuestión de horas, sino además de riqueza léxica y sintáctica.
Espero que, entre la gente de las hermandades se ponga algo más de moda la literatura y soplen nuevos y necesarios vientos para los versos cofrades de nuestra ciudad. Así como que los responsables de las instituciones tengan los arrestos pertinentes para ofrecer la oportunidad a quienes necesitan experiencia y rodaje.
Pero lo cierto es que, hoy es Domingo de Pasión, domingo de pregón, y en el atril del Muñoz Seca estará un corazón como existen pocos en nuestro mundo cofrade. Un portuense que ha deslizado sus trazos por casi todas las hermandades de nuestra ciudad, piropeando a todas las imágenes titulares, y otras devociones que no procesionan, entregándose a todas por igual. Un auténtico apasionado de nuestra Semana Santa y sus hermandades, pero no en cuaresma, sino durante todos los días del año. Desde estas líneas le deseo el mayor de los éxitos a José Manuel Cristo Álvarez, para mayor gloria de Dios, de su Madre y de El Puerto de Santa María.