La Navidad trae momentos de felicidad y reencuentros esperados. Otros encuentros no son tan esperados y surgen como una estrella fugaz, de manera repentina y efímera alegrando la vista a quien tiene el placer de contemplarlo o vivirlo. Así ha sido el reencuentro que se ha producido hace un par de días entre antiguos alumnos del Colegio Safa San Luis Gonzaga.

Todos, o la mayoría, nacidos en 1993 y antiguos alumnos del colegio de los jesuitas y hoy ya integrados en activo en el mundo laboral. Muchos hemos compartido años de compañerismo e infinidad de horas de clase juntos desde nuestra más tierna infancia. Hemos aprendido a leer y a escribir juntos y hace unos días, nos dimos la palabra frente a una hoguera para hacernos partícipes de nuestra evolución, nuestros aciertos y nuestros errores.

La iniciativa partió de algunos compañeros y de la predisposición del psicólogo Miguel Arturo, que cedió amablemente su casa para que se produjese dicho reencuentro y que contó con la presencia de una veintena de personas que entre charlas, vino y cante, volvimos por un  instante a finales del siglo pasado y comienzos de este para trasladarnos a aquellos pasillos infinitos y a aquellas columnas de piedra de la que fue nuestra segunda casa durante más de una década.

Dicho evento amenaza con repetirse de manera anual y seguir sumando alumnos de la promoción, aunque ¿quién sabe?  Quizás sea una de esas cosas que surgen solo una vez en la vida y que cuando ocurren solo hay que disfrútalas para recordarlas siempre con nostalgia y cariño, desde la mirada madura de la experiencia y los años. Y es que al fin y al cabo, no dejó de ser eso “un peculiar reencuentro entre los treintañeros de Safa”.

 

En la tarde soleada del invierno

entre risas, mil historias  y cariño

retornamos por un rato donde niños

fuimos simples compañeros de colegio.

 

Sin guitarra ni bordones, sin arpegios

de la música dorada se hizo un himno

y el poder de la palabra se hizo sitio

frente al lindo resplandor de un bello fuego.

 

¿Quién anida en la esencia del recuerdo?

¿Quién custodia el corazón de lo vivido?

¿Quién pudiera repetir el mismo vino

y la misma leña muerta  que ardió luego?

 

¿Quién pudiera hablar del tiempo y de la vida

como hablaron de San Luis sus treintañeros?