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Toca hoy hablar de sendas producciones cuya temática ahonda en los misterios del ser humano, de su capacidad para negar o ignorar el drama de otras personas que sufren, aun teniéndolos al lado. A lo largo y extenso de dos campos de concentración alemanes, durante la II Gran Guerra, dos familias viven teniendo como vecinos a una pobre gente que se debate entre la humillación, la derrota, la vida y la muerte.

Dos películas de hondura y calado: La zona de interés (2023), de J. Glazer; El niño del pijama de rayas (2008), de M. Herman.

LA ZONA DE INTERÉS (2023). Dirigida por Jonathan Glazer, en esta película se aborda el Holocausto a través de una perspectiva casi ensayística, presentando la historia como si fuera un documental. Como artificio, hay una trama convencional y las conversaciones son intrascendentes.

El director utiliza una estética de telerrealidad para diseccionar quirúrgicamente el día a día de un clan familiar que vive al lado de un campo de concentración. El resultado es una película potente y perturbadora.

El brillante trabajo de adaptación del texto original de Martin Amis, que pone en escena Glazer, se centra en la figura del comandante Rudolf y su familia. A diferencia de la novela, donde el comandante es un monstruo alcoholizado e irascible, aquí se presenta como una figura serena y hermética.

El actor Christian Friedel le otorga un aura casi entrañable al personaje, alguien incluso sensible, mientras cuida de sus hijos pequeños. Glazer demuestra su dominio cinematográfico y discursivo al explorar la normalidad más terrorífica en medio de la mayor barbarie del siglo XX.

Es una película que desafía al espectador con su distancia y su enfoque ocultista, pero su impacto es innegable. Glazer sigue siendo un creador genial de formas cinematográficas y esta obra se suma a su legado con una exploración turbadora de la condición humana en tiempos oscuros.

Está ambientada en un campo de concentración nazi y se centra en la vida cotidiana de los oficiales y sus familias que viven cerca del campo. El comandante Rudolf es uno de los personajes principales. A pesar de la cercanía al horror, su vida continúa como si tal cosa.

 

La película explora la “banalidad del mal” (Arendt), mostrando cómo las personas pueden llevar a cabo actos atroces, mientras mantienen una apariencia de normalidad, pues son “mandados” por esferas más altas.

La dirección de fotografía de Lukasz Zal utiliza planos estáticos para crear una sensación de distancia y desconexión con los eventos. La música de Mica Levi, con sus notas vibrantes, ayuda a crear una atmósfera escalofriante.

En cuanto a aspectos y simbolismo, la película aborda temas como la responsabilidad ética, la moralidad y la complicidad, amén del uso de la ausencia moral como recurso narrativo, lo cual es tan impresionante como aterrador.

Película que desafía al espectador a reflexionar sobre el hombre y la conciencia en situaciones extremas. Su enfoque técnico y su representación visual hacen que sea una obra cinematográfica impresionante.

 

EL NIÑO CON EL PIJAMA DE RAYAS (2008). La cinta se desarrolla en Berlín, II GM, 1942. Un niño de ocho años de nombre Bruno (Butterfield) vive la edad de la inocencia y desconoce el significado en terminología nazi de Solución Final, Holocausto, etc. Vive con la candidez propia de la edad y sin conciencia de las crueldades que ocurren a escasos metros donde vive.

Su padre es el comandante de un campo de concentración y su ascenso le ha llevado a vivir confortablemente en una vivienda anexa a un campo de exterminio. Bruno conoce a Shmuel (Scanlon), un niño judío encarcelado junto a sus padres en el campo aledaño. Cada tarde se ven, hablan, juegan y Bruno le lleva comida a su amigo, un niño que viste un uniforme de rayas, la vestimenta de los prisioneros del campo.

Historia sencillamente sobrecogedora. La película comienza con un ritmo pausado, pero llega un punto en el que cautiva los sentidos y nos hace estar pegados al sillón viendo las imágenes tiernas y trágicas que allí se proyectan.

Hay una escena, cuando el niño judío Shmuel (el niño con el “pijama de rayas”) se esconde, se muestra remiso y cabizbajo, con miedo, cuando el niño Bruno quiere jugar con él al balón al otro lado de la alambrada; es una escena memorable, intensa, a la que ayudan las grandes interpretaciones de los niños. Y es que el pequeño actor que interpreta a Bruno (Asa Butterfield) es realmente magnífico, hondo, cordial, pero la interpretación del niño Shmuel (Jack Scanlon) es igualmente gloriosa.

Mark Herman dirige con profesionalidad este escalofriante este filme sobre la crueldad, conducido por un guion de su propio puño y letra basado en la conocida novela homónima de J. Boyne.

La trama se desarrolla a buen ritmo, con ternura y tensión, también con el amor y la crueldad que rodea la inocencia de los infantes. Contribuye a ello la buena composición musical de James Horner y la excelente fotografía de Benoît Delhomme, que tiñe de una rara mezcla de optimismo y drama cromático el curso de la historia.

Las interpretaciones son excepcionales, destacando los niños protagonistas. Asa Butterfield encarna a Bruno y hace absolutamente creíble su papel de cándido niño que se amiga con otro niño. Ese otro niño es Jack Scanlon, un trabajo que muestra magistralmente su estado de enajenación y “asombro” por lo que le está ocurriendo a él y a sus padres en ese horrible campo donde se encuentra prisionero, sin que sepa por qué.

Pero la película, además de los mencionados niños, cuenta con un reparto de lujo con actores y actrices de la talla de David Thewlis en una estupenda interpretación como militar nazi, comandante del campo y padre de Bruno; Vera Ann Farmiga como Elsa, la madre; Rupert Friend como Lt Kotler; Cara Horgan es María; o David Hayman, como abuelo fanático.

Esta cinta me trastornó profundamente, sintiendo vergüenza por las aberraciones que el género humano pudo cometer en esa guerra que nunca deberíamos olvidar, cuando un energúmeno loco hipnotizó a todo un pueblo, el alemán, y lo lanzó contra los judíos y contra el mundo.

Como se ve en algunas escenas, los judíos eran poco menos que animales y “supuestamente” la causa de todos los males de aquella Alemania empobrecida por su mala cabeza (y la de sus vecinos) tras la Primera Gran Guerra.

Con estas películas me quedo pensando que parece mentira que hoy día algunos estados islamistas nieguen el Holocausto, v.g. Irán. También me resulta muy difícil entender cómo se pudieron cometer esas monstruosidades y tropelías contra otros semejantes.

Película vista por los ojos de sendos niños que no aciertan a adivinar qué cosa es la que ocurre, qué pasa, dos mundos vírgenes que, al sorprenderse, sorprende al espectador y dibuja de forma más dramática, si cabe, el común de otros filmes sobre el Holocausto.