Es algo tan tradicional que actualmente, nuestra Navidad, no se entendería sin esa rítmica canción, y aunque los niños ya no son lo que eran, sus voces siguen siendo mágicas, y el Estado, sobre todo, más rico para seguir asustándonos con que quizás, al jubilarnos solo quede dinero para ellos. Pero, sin embargo, sigue siendo el único sorteo en el que pocos no participan.

Cuando escribo estas palabras, el Gordo, ese Gordo, está por salir, pero estoy convencido de que al leerlas, alguien sonreirá, sonreirá porque conocerá a alguien que si se ha visto tocado por la magia; sonreirá porque se alegrará de que el reparto, como siempre, haya sido inmenso; sonreirá porque confía en esa extraña justicia, y algo, habrá caído en Valencia; sonreirá confiando en la suerte para el próximo año; sonreirá mirando alrededor, y consolándose con el cariño del que se rodea; sonreirá pensando en que al menos no ha perdido lo jugado; sonreirá, simplemente, porque un año más, las ilusiones han vuelto a caer en saco roto; sonreirá, un año más, al comprobar que las intuiciones y los sueños, se quedan en su mente, como siempre; todos, absolutamente todos, sonreirán, incluso se entristecerán, y aun así, mantendrán intacta, la ilusión, y las ganas de jugar el siguiente sorteo, el del niño.

Curiosamente, la Lotería, en donde el principal ganador sigue siendo el Estado, pues gana muchísimo más de lo que reparte, y encima te cobra después, sigue siendo un sorteo en el que, incluso los que juegan poco o nada, no quieren quedarse sin su décimo, se regala, se compra, se comparte, y ya, cada vez menos, se fracciona en participaciones para ahorrar.

Como decía, sigue siendo un clásico que ilusiona, que forma parte de nuestras vidas, y que a muchos soluciona, no la vida, pero si algunos problemas, porque siendo cierto que el dinero no da la felicidad, tal y como decía Groucho, ¡hay tantas cosas en la vida más importantes que el dinero!, ¡pero cuestan tanto!, por lo que el premio, ayudará, y bastante.

Espero que algunos a los que llegue este artículo, innegable zurullo de un patético analfabeto que apenas junta palabras, al que, sin embargo, siguen leyendo, sonrían verdaderamente al comprobar que algo les ha caído, y aunque ya sean muy felices, lo sean aun un poquito más. Señores, la suerte está en bombo, a ver que cae.