El director Todd Phillips de nuevo acomete una peli sobre el Joker, personaje traído, como sabemos de los cómics de Batman, como némesis de este y que luego derivó en este personaje actual. Pero que también tiene vinculación con la película “Taxi Driver” (1976), como indiqué en esta sección: “El Complejo de Moisés” - El Puerto Actualidad.
Aquella película Joker (2019) me pareció sensacional en su momento; ahora, de nuevo T. Phillips, nos obsequia con el nuevo título: Joker: folie à deux (2024), una obra menos impactante que la primera.
JOKER: FOLIE À DEUX (2024). Ambiciosa secuela escrita y dirigida de nuevo por Todd Phillips, cuyos cambios no aciertan a ilusionar e incluso decepcionan. Mitad musical, mitad drama judicial, esta continuación de la que ganó el Oscar de 2019 (abajo hablo de ella), explora a fondo la mente fracturada y esquizoide del asesino Arthur Fleck, pero sin la perspicacia de la cinta original, que sí fue fascinante e inquietante.
Arkham Asylum es ahora el hogar de Joker/Fleck (Phoenix), con una rutina diaria en la que es despertado por bruscos guardias de la prisión, cuenta chistes o vacía su letrina. Arthur ya no habla mucho ni sonríe y el director Phillips, con la ayuda del director de fotografía Lawrence Sher, captura este mecánico proceso matutino en tomas largas que acercan al espectador al sucio mundo de Joker.
Joaquin Phoenix demuestra nuevamente su valentía a la hora de asumir riesgos, cantando junto a Lady Gaga, mucho más hábil que él en este cometido. Phoenix hace un trabajo en sintonía con el frágil estado mental de su personaje. La Gaga, excelente y sugerente como la amiga y afín a Joker.
Está ambientada dos años después de la primera parte, en la cual terminó asesinando al presentador de un programa de entrevistas en vivo (De Niro). Esta continuación se centra en el juicio por asesinato de Arthur. Su abogada Maryanne (bien Catherine Keener) quiere demostrar que su cliente estaba mentalmente enfermo, para evitar la pena capital, la silla eléctrica. Pero Arthur parece más interesado en su compañera de prisión Harley Quinn, maravillosamente interpretada por Lady Gaga.
Al darse cuenta rápidamente de que ella está tan perturbada como él, Arthur se enamora de Lee, mujer que está obsesionada con él desde su crimen ante las cámaras.
El mérito de esta secuela es el regreso de T. Phillips, que nos sumerge otra vez en la oscuridad de la Ciudad Gótica ochentera. Además, ha conseguido reunir a sus colaboradores en Joker: el director de fotografía Lawrence Sher y la compositora Hildur Guðnadóttir (espeluznante y retumbante banda sonora). Phillips quiere hacer una secuela nueva que represente un cambio de estilo, que busque interrogar a su protagonista, hombre claramente enfermo.
Parte de esa estrategia consiste en incorporar números musicales al relato. Pensemos que los dos protagonistas se conocen en una terapia musical. A lo largo de “Folie à Deux” (locura a dos) Phoenix y Gaga cantan melodías hollywoodienses y éxitos del pop clásico.
En estas escenas brilla la Gaga, ya sea cantando dulcemente "(They Long To Be) Close To You", de The Carpenter; o entonando a todo pulmón "Gonna Build A Mountain", de Sammy Davis Jr; también la conocida canción de Jacques Brel: “Ne me quitte pas” (no me dejes). La voz de Phoenix es más frágil, como el quebradizo psiquismo de Arthur y, en general, nuestro actor carece de recursos vocales para este cometido.
Me parece que Phillips ha flaqueado un tanto en su puesta en escena. Las secuencias musicales se sitúan en un término medio insatisfactorio, y no se centran en las corrientes emocionales subyacentes de estas canciones, que pretenden esbozar el loco romance entre Arthur y Lee.
De otra parte, hay falta de chispa. Por muy convincente que sea Gaga en el papel de mujer inestable destinada a ser alma gemela de Arthur, entre ellos sólo hay una tibia química. Tampoco Phoenix está muy acertado y se limita a repetir sus ya vistos gestos, pero con un efecto mucho menos potente que en la anterior entrega.
La impactante secuencia final del filme parece sugerir una nueva forma de pensar el legado cinematográfico de Joker, así como clamar que la violencia genera violencia. Mientras el Joker original es una excepción sorprendente, esta entrega no logra mantener el ritmo de aquella.
JOKER (2019). Arthur Fleck trabaja en un centro de clowns y se dedica a alegrar la vida de la gente. Acude a los hospitales a visitar a los niños enfermos y anima los cumpleaños de los nenes pudientes, También se pasea blandiendo algún reclamo publicitario. Fleck vive con su madre enferma una existencia lamentable. La de un joker que vive a ras de suelo en Gotham, donde lo ignoran o lo agreden.
Obra compacta donde no hay elementos accesorios pues cuanto ocurre en la pantalla tiene su por qué, tiene sustancia. “Joker” es una tragedia feroz, pura tiniebla sin lenitivo alguno, lo cual produce gran angustia. Un viaje a los recovecos más apartados del psiquismo humano, allí donde sólo habitan demonios interiores. A lo que se suma un portentoso ejercicio de energía visual y sonora.
El protagonista es un sujeto torturado, mentalmente enfermo, un ser aciago que se funde con su desorden mental, camino directo a cierta manera de respiro, o como escape a tanto sufrimiento.
Este hombre turbador sueña con triunfar y busca el afecto y la aprobación de quienes le rodean. Quiere invadir de risas su entorno y ser aceptado. Pero está limitado, es un “loco” recién salido del psiquiátrico. Es alguien que aflora desde lo más bajo del fangal social de la sucia ciudad de Gotham. Tras un episodio fatal, por primera vez, Arthur Fleck, con su peluca y su maquillaje de payaso, empieza a sentirse bien como especie de Joker reivindicativo.
Presenciamos, así, un descenso a lo más tortuoso de la locura, a un mundo de tinieblas que socava al protagonista. Las circunstancias casi diabólicas que vive acaban por envenenar al personaje, sobre todo cuando conoce su verdadero origen y la terrible infancia de abusos y mal trato que padeció de la mano de su también enferma madre.
Ahora Joker se dejará conducir por lo más bajo y maligno de las pulsiones humanas, convertido en un ser rabioso e iracundo.
En el reparto un descomunal Joaquin Phoenix, un actor superlativo, grande, intuitivo, con un repertorio increíble y muy emocional. Una interpretación descomunal físicamente, excedido y medido a la vez en lo psicológico, transmitiendo consternación, cariño, piedad y aversión, y una animosidad, una anarquía y una ferocidad que asola las bases de la ética social.
Zazie Beetz, encarnando a la única persona que le da algo de cariño, está sin duda desaprovechada. Y Robert De Niro, muy eficiente y creíble en su breve pero decisivo papel.
En un episodio en el Metro, Joker mata a tres sujetos que viajaban en su mismo vagón. No existe ningún móvil preciso. La policía no se explica bien las razones. Sólo se sabe que el autor de los disparos tiene aspecto de payaso y que los fenecidos eran hombres bien situados. Un Joker que es símbolo de los parias de la ciudad, dispuesto a sembrar la rebelión contra la injusticia de los poderosos.
Es una película valiente, que enarbola sus banderas en pos de la justicia con decisión, sin mínima prevención o recelo, lo cual impresiona. Película humana y humanista, que es un grito que clama por los débiles.
El payaso encuentra en la acción violenta un método destructor y salvífico. Acaba creyendo que tiene en sus manos la vara que guía a la sociedad por el camino de la “verdad”.