Cuando el verano está ya en todo su esplendor, decido reservar las tardes para disfrutar de lugares frescos, aprovecho para prolongar los cafés con los amigos, dejando los paseos para primeras horas de la mañana.

Este verano lo encuentro diferente, jamás me interesó las predicciones del tiempo, prefiero salir a la ventana y dependiendo como este el día, decidir qué haré.

Este verano me debato entre ambas opciones, y la inseguridad del fresco y la brisa de algunos días se enfrentan a un calor aplastante en algunos momentos. Ello me ha llevado a romper mis rutinas y en estos primeros días de verano, ante la incertidumbre y el temor a toparme durante el paseo con un calor sofocante, a disfrutar de largas tardes sentado frente a la Iglesia, en la Plaza de España.



No me gusta cambiar de sitio, y sigo en mi terraza de siempre, en la Aurora, y en estos días he observado cómo ha cambiado, me alegra verla llena de vida, con mayores opciones para sentarse, llena de nuevos niños que sustituyen a los que ya me acostumbre a ver, con los bancos ocupados, y las cigüeñas, acompañadas ahora de gaviotas, animales que nunca me gustaron, planeando y buscando algo que llevarse a la boca.

A pesar de la ausencia de la sombra de frondosos árboles, los edificios hacen de ella una plaza fresca y acogedora, y escuchando el murmurar de los que ocupan las terrazas, descubro acentos de muchas regiones españolas, que me cuesta diferenciar, y de otros países, incluso del mío, llenándome de nostalgia y alegría.

Rodeado de una juventud sana y divertida, consumiendo en los bares de la zona y charlando animadamente, a veces incluso me siento rejuvenecer. Me siento en paz, no sé si será por la presencia de una Iglesia a la que a veces entro por visitar y disfrutar de sus obras de arte, pero creo que es de los pocos entornos en los que me siento integrado con mis vecinos y con la gente de la ciudad, aceptado como uno más, pero también, cuando noto que la misma es ocupada por visitantes de distintas nacionalidades, por lo que me siento pasando desapercibido.

Comprendo que la paz que me trasmite esta plaza es por ser tan acogedora, un sitio turístico pero en la que los que somos de la ciudad somos los primeros. Quizás la paz me la trasmita el recuerdo de aquella plaza de mi ciudad, en cuyo café paraba a diario, cercana a mi propia residencia, mi Piazza Garibaldi, esa paz es sentirme como en casa.