Cuando alguien decide dar un giro a su vida, se suele hacer asumiendo todas sus consecuencias. Cada caso tiene sus particularidades, pero siempre hay motivos, ocultos o no, que nos mueven a tomar diversos caminos, abandonar todo o nada. Giros extraños, que, sin importar la edad, te hacen comenzar de nuevo, una y otra vez.
Una vez que tomas una decisión, y dejas de viajar, cansado de no tener hogar comienzas a integrarte. Lo que no sabía era que a veces, comienzas a sentir cosas como si hubieran formado parte de ti toda la vida.
Eso me ocurre en la Semana Santa. Siempre la viví como turista, desde la distancia. Me gustaba, me atraía, pero no me emocionaba. Hoy por hoy, vividos momentos entrañables. Aceptado y compartiendo momentos, escuchando viejas historias, viendo fotos, participando en discusiones que siempre acaban en alguna que otra cerveza. Acompañando ensayos y escuchando pregones. Asistiendo a presentaciones de carteles, y viendo el brillo en los ojos de quienes hablan a sus titulares.
Hoy, cuando aún tengo el recuerdo fresco de la que ya considero mi hermandad aún. Cuando apenas han pasado unas horas desde que me senté frente al que venero, puedo decir que vivo la Semana Santa. Me emociona, y no encuentro palabras para expresar lo que siento, pues comprendo que esta pasión es inexplicable, simplemente se vive, se siente, y se experimenta.
Ya no tengo edad de vivir esa maravillosa experiencia de ser costalero, y no me considero aún digno de vestir el hábito, como recién llegado prefiero seguir sintiendo, aprendiendo y enamorándome de algo que para mí era algo lejano y desconocido.
A veces, sigo preguntándome el por qué, que me trajo hasta aquí, pero ahora, sé que mis preguntas, mis dudas, mis miedos, mis flaquezas, todo, encuentran el consuelo de alguien que habla conmigo sin palabras, que nos miramos, y que me ha hecho comprender que la Semana Santa se siente, se vive, y te enamora.