El turismo, el mítico turismo que ha dado siempre tanto que hablar, y tanto de comer, pero, sobre todo, tantísimo que hablar. Desde que España es España sus costas, sus montañas, y sus ciudades, han sido objeto de atractivo turístico, pero ojo, no menos que en cualquier otro país del mundo. El ansia de viajar es algo que llevan en el ADN cualquier ser humano, y que cuando, algún día, alcancemos las estrellas, nos llevará muchísimo más lejos.
De hecho, el ser humano pasa por diversas fases del turismo, y si contar a los menores, que se ven forzados a hacer lo que les digan, cuando llegamos a la mayoría de edad comienza la aventura. Primero son esos viajes, ¿culturales?, no creo, más bien aprovechamos para ver otros lugares, con más de dos copas, tratando de estirar el dinero lo más posible.
El siguiente grupo es el de jóvenes parejas, poca cultura y mucho amor, cenas románticas y playa; cuando llegan los niños el turismo se vuelve didáctico y divertido. La madurez nos trae el turismo más gastro-cultural, seleccionado más el llenar la mochila de los recuerdos.
Pasada esa madurez viene el turismo nostálgico, de regresar a los lugares, de buscar la compañía viajando en grupo. Y, a pesar de criticar el turismo de borrachera, o el masificado, o el molesto. Todos y cada uno de nosotros, en algún que otro momento, hemos hecho turismo… incluso aunque solo fuera una visita a familiar en lejanas costas. Pero todos, absolutamente hemos estado en algún momento en un lugar que no es el nuestro.
Lo grande es que todo tiene cabida, porque forma parte de nuestra forma de ser, y ello me lleva a preguntarme, que hay de malo, porque molesta a algunos tanto el que alguien venga o valla. Porque molesta tanto que haya personas que ganen dinero alquilando sus casas. Porque jode tanto que la gente sea feliz y beba, incluso que vomite. Porque molesta tanto que un grupo de amigos haga el cafre en una despedida.
Todos, absolutamente todos, en algún momento de nuestra corta vida hemos molestado o hemos sido molestados… pero no hemos muerto por ello, aquí seguimos.
Hoy, El Puerto recibe a mucha gente, igual que muchos de nosotros hemos sido recibidos en otros lugares. Gracias a Dios, el mundo es mucho más normal, agradable y grande que la amarga visión que nos dejan los parapollas del Facebook.