Sentado desde uno de los bares de la Plaza donde se sitúa la Basílica, me fijo en esa capilla que se encuentra adosada al templo principal. Nunca la he visto abierta, pero me dicen que en tiempos había incluso salidas procesionales.
Me dirijo hasta su puerta principal tratando de leer la cartela que se sitúa sobra la misma. Consigo leer algo de escuelas pías, y continúo intrigado, así que acudo a mi particular secretario, el Bigotes, que me cuenta la historia, versión propia y particular de mi amigo, de esa capilla.
Procuro documentarme más de casualidad me entero de que quizás tenga la suerte de poder ver su interior, ya que está en proceso de restauración. Soy consciente de que no todo el patrimonio de una ciudad puede estar en estado inmejorable, a veces la propiedad privada es el freno a las restauraciones, por falta de fondos; a veces, la burocracia es la culpable del propio deterioro.
Ante estas situaciones prefiero quedarme con mis sueños, y hoy, mirando la fachada y recordando las fotos que he logrado visualizar, intento imaginarme visitando su interior. Esos recuerdos me llevan a imaginarme una ciudad importante en otros tiempos, nunca tan lejanos.
Sigo alegrándome de, quizás, terminar mis días en esta ciudad, continúo fijándome en esa capilla, cerrada, altiva, y de la que me dicen que el peligro de derrumbe era inminente.
Puedo explicarme que un grave accidente, imprevisto y desafortunado nos prive de nuestra historia, pero jamás podré comprender que la desidia, el abandono y nuestra propia forma de ser, sean los culpables de que perdamos esos trozos de la historia.
No soy del que defienda la inmovilidad, la conservación por la conservación, el mantenimiento del pasado por el simple hecho de ser antiguo, hay que evolucionar, avanzar, por eso se derriban murallas, aunque hoy lamentemos su perdida, pero que en su momento se perdieron por alguna razón, sin embargo, todo tiene cabida, aunque, por desgracia, es nuestra desidia y nuestro propio abandono el culpable de nuestras pérdidas.
Dejo atrás esa capilla, con la pena de no haberla conocido en su día, pero esperanzado en que también, y gracias al fuerzo del hombre, algún día pueda verla, y no en fotos.