Lo mejor y lo peor del ser humano puede ser objeto de manipulación, una manipulación a tal escala que nos debe avergonzar. A día de hoy todos tenemos impreso en nuestro ADN social lo que, a grosso modo, está bien y lo que está mal, lo que es algo asumible, con matices, y lo que no.
Todos sabemos lo que es la demagogia y lo que no, y finalmente, lo que es la manipulación y lo que no. Ello nos conduce a sentir mayor o menor repulsa por la causa independentista, así como con sus medios, y de ese modo, llegó un momento en que el asesinato de una determinada persona, desbordo la balanza. Se podía sentir simpatía por una determinada causa, se podían incluso justificar los medios, alegando que la policía sabía que tenía riesgos, pero el punto de inflexión de la muerte a sangre fría, de cínicas maneras y ensañamiento con el dolor de la familia, pusieron el punto final. No fue una muerte, fue un brutal ASESINATO, no es una victima más.
Y durante el actual mandato hemos tenido que soportar que se nos obligue a olvidar ese asesinato, a soportar a quienes lo perpetraron decidiendo sobre nuestras vidas. Hemos soportado que nos metan hasta en la sopa el odio a nuestros abuelos que se limitaron a vivir, consintiendo de forma consciente y feliz cuarenta años de libertad, nos han obligado a llamar a asesinos, vivos aún, hombres de paz, y asesinos a gente muerta y con kilos de jaramagos encima, y todo para qué, para perpetuar un poder con pies de barro que nos ha jodido la vida durante los últimos cuatro años.
Han sido años de persecución institucionalizada de los hombres, de comeduras de tarro y miles de euros para contentar a quienes se sentían amebas sintéticas o mujeres de pelo en pecho. La razón ha dado paso a la dictadura de lo ridículo, en donde cuatro gatos nos han dicho qué debemos comer, dónde fumar y cómo beber, una auténtica dictadura donde nos han obligado a amar a los verdugos vivos y condenar a los muertos, en donde la familia ha sido ridiculizada, en donde a los más inocentes se les ha adoctrinado para enfrentarse a sus padres, en donde el natural respeto ha dado paso a una forzada libertad de lo esperpéntico.
Una dictadura en donde era incluso delito llamar ASESINO CABRÓN a quien, votado por asesinos, alcanzó un escaño, siendo libertad de expresión llamar a la cabeza del estado ladrón y sinvergüenza. Todo acaba, y confío en que el sentido común triunfe en estas elecciones, porque llamar a las cosas por su nombre no es exclusivo del PSOE o del PP o de VOX, pero el valerse de asesinos, oportunistas y vividores para arruinar un país sí es exclusivo de esa nueva especie política que nos gobierna, y que por supuesto, no tiene nada que ver con el PSOE.