Hoy toca hablar de alguna película donde el romance entre oriente y occidente es posible por diversos caminos. Hablaré de ¿Y qué tendrá que ver el amor? (2022), de S. Kapur (2022); y Un viaje de diez metros (2014), de L. Hallström.

¿Y QUÉ TENDRÁ QUE VER EL AMOR? (2022). Agradable película que aborda las formas de encontrar un amor duradero en los tiempos que corren. Zoe (James) es una directora de documentales, con fobia al compromiso y aficionada a las citas por Internet. Pero sus búsquedas han tenido poco éxito, para su tribulación y de su extravagante madre Cath (Thompson), una mujer enérgica y graciosa, que la quiere ver casada.

Su amigo de la infancia y vecino de toda la vida, Kaz (Latif), pakistaní, siguiendo el consejo de sus padres ha decidido optar por un «matrimonio asistido» (de conveniencia), tras consultar a un asesor matrimonial musulmán (muy bien Asim Chaudhry), que busca en su extenso listado una hermosa novia musulmana paquistaní.

Zoe, enterada de lo que va a hacer su vecino y amigo, decide a filmar el viaje de Kaz desde Londres a Lahore (Pakistán), un viaje cargado de esperanza para él, tras el cual va a casarse con una desconocida.

La decisión de Zoe de hacer el documental, hace que la cosa deriva en comedia espumosa que acierta a sacar jugo a la cultura anglo-asiática. Hay abundancia de observaciones mordaces sobre los prejuicios: el racismo, los cambios de paradigma y el cínico ajuste de ese tipo de emparejamiento artificial.

A pesar de las críticas es una película encantadora y divertida que aprovecha mucho la química entre sus dos estrellas principales y cuenta con el apoyo de una Emma Thompson explosiva, intensa y alocada.

La joven novia que le presentaron a Kaz por Skype es una belleza oriental, en apariencia dócil y buena, pero que guarda alguna carta en la manga. Y Zoe, con su cámara a cuestas enfocando hasta el mínimo detalle del festejo, entrevistando al novio y a la novia, irá descubriendo reveladoras y dolorosas verdades que la llenan de angustia, pues ella ama a Kaz.

Tenemos en la dirección a Shekhar Kapur, que inició su carrera en Bollywood y hay un guion firmado por Jemima Khan que sigue fielmente el esquema clásico de comedia romántica. Un libreto muy bien hilado y ocurrente.

La guionista, curiosamente, es musulmán y vive actualmente en Lahoré, donde sucede parte de la acción; allí aprendió a hablar urdu y también usó ropa tradicional pakistaní. O sea, sabe de qué habla.

Hay unas estupendas coreografías al modo Bollywood, de la boda, con bailarinas y danzas muy bien acompasadas, un bonito colorido de vestimentas exóticas, un espectáculo muy conseguido y sinuoso. Destaca igualmente la música sufí (los sufí son la rama mística del islam); escenas de unos cánticos sentidos, a veces desgarradores y muy bellos.

Kapur y Khan han hecho todo lo posible para señalar las virtudes del matrimonio asistido y las deficiencias del matrimonio romántico occidental. Pero finalmente, el mensaje es que lo que vale es el amor entre enamorados, o sea que «el amor sí tiene que ver», como apunta el título.

El problema de la historia es que los jóvenes protagonistas se conocen desde siempre, y se da a entender que su amor se ha tejido en una historia de amistad en la infancia, los primeros besos incómodos y muchas miradas insinuantes: una trayectoria romántica que se «negaba» pero que al final aflora.

Lily James es la protagonista femenina, una bonita actriz, una muchacha dulce y con gran encanto. A su lado está un eficaz Shazad Latif, moderno y tradicional a la vez. Ambos tienen una química natural en la pantalla. Y la madre de ella es una Emma Thompson divertida cuya presencia es garantía de éxito.

Shabana Azmi actúa como contraste de la Thompson, maravillosa como la madre de Kaz, consuegra serena. Mientras, el comediante Asim Chaudhry tiene un cameo interesante como casamentero.

Comedia blanca que se ve venir pero que tiene su ángel, sobre la diversidad cultural en la comunidad pakistaní en Londres, y la costumbre de los matrimonios concertados. Sin embargo, se subraya que en este tipo de conciertos hay hipocresía y no se dice todo lo que hay, y se da por parte de los novios, cierto sentimiento de obligatoriedad y de obediencia a los padres, que son quienes «controlan» los tratos.

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 UN VIAJE DE DIEZ METROS (2014). Amores, olores, sabores en una comedia grata y colorista dirigida con brío y humor por el excelente Lasse Hallström, quien vuelve al terreno de su conocida película Chocolat (2000) (Binoche), con todo un recital de comidas caseras, armónica lección étnica y maridaje entre gastronomía y romance.

El filme es conducido por un guion muy bueno de Steven Knight (obra de Richard C. Morais). Buena música de A. R. Rahman y una fotografía colorista de Linus Sandgren.

En la historia, una familia india encabezada por el padre (Puri) se traslada en una vieja furgoneta al sur de Francia. Su objetivo: montar un restaurante con comida tradicional india. Justo enfrente un restaurante tradicional de lujo, reconocido en la Guía Michellin y regentado por una escrupulosa, tiránica y gomosa Madame Mallory (Mirren), que bajo ningún concepto quiere competencia cerca de su negocio.

Diez son los metros que separan Maison Mumbai, el modesto restaurante indio de los Hassan en el pueblecito francés de Lumiére, y Le Saule Pleurer, institución gastronómica de alto nivel.

En la novela el joven Hassan narra en primera persona el periplo que realiza su familia desde Bombay a Londres y de allí hasta Lumiére, a veces con desgracias y fatalidades –la historia se sitúa en plena Segunda Guerra Mundial–, ante los cuales el clan de los Haji responde buscando refugio en su cultura y sus costumbres, mayormente en la tradición gastronómica de sus ancestros.

Al llegar al pueblito inician el restaurante del que son profesionales. Se da la circunstancia cómica de que Madame Mallory, mujer perfecta y exquisita, queda espantada al ver el establecimiento hindú frente a su distinguido local.

Pero Maison Mumbai y Le Saule Pleurer están condenados a compartir calle, proveedores y, poco a poco, clientes. Las situaciones de humor motivadas por el contraste entre las dos formas de ejercer la restauración son constantes, y dan fe de la distancia que aparentemente separa ambas culturas. No obstante, hay sentimientos, sensibilidades y cualidades que son transfronterizas, como se verá.

Comedia amable y simpática para pasar un rato agradable. Además, los primerísimos planos de los alimentos te abrirán el apetito. Y claro, no falta el amor. De hecho, la película es mezcla de gastronomía y romance, tema que tiene su encanto.

También es un filme contra el racismo y la xenofobia, pues vemos que, a la larga, las sensibilidades de unos y otros acaban entrelazándose y uniendo en una solidaria historia simpática, a la que no le falta su toque de picante.

El reparto es una Helen Mirren sembrada que hace un papel muy creíble y a la que se ve disfrutando como mujer pérfida y odiosa. Om Puri encarna muy bien el arquetipo de patriarca indio cordial, lerdo, pero de gran corazón; Manish Daval, espléndido como chef puntero; linda y sugerente Charlotte Le Bon; hermosa Juhi Chawla; así como el resto del grupo actoral.

Y hablando de cocina, todo se cuece en torno a ella, lo que incluye el clima jovial del pueblo o el pulso del protagonista, el joven Hassan Kadam, que lleva en su genética la magia de las especias y las exquisiteces, y que interpreta un solvente Manish Dayal. Kadam se convierte en un prometedor chef innovador, que descubre que con sus conocimientos puede perfeccionar la rica gastronomía francesa.

Además, Hallström, filma con su característico poder visual que el director imprime a sus filmes; y lo hace con un sofrito que es rápido, pero el plato final no decepciona al espectador transformado en espectador-comensal.

En conclusión: película afable, grata, cordial, colorista, sensual, efusiva y bonita, con sabrosos toques de sabor, olor, insinuaciones, buena onda y amor.

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