Arranca la época de las promesas, de las verdades y las mentiras, la época, el tiempo del cinismo, del y tú más, del yo puedo, de la mentira más cruel y despiadada. Llega la época del olvido, del olvidar que pude ser y no fue, y el ahora quiero ser para hacer lo que nunca hice, una y otra vez.

Las campañas han perdido. Han perdido la vergüenza torera, han perdido la memoria, y, una vez más, repiten cual cansino mantra, eslóganes, proyectos de antiguo futuro, olvidando que hay cosas, de imposible cumplimiento, y de absurdo proceder. Acabará, todo acabará, dejando resaca y mal sabor de boca, en muy pocos días. Pero mientras tanto, escucharemos de todo.

A veces, la ilusión, esa ilusión porque todo cambie; porque, cual enamorado, se confía en que todo cambie, cuando, en realidad, la vida sigue igual. A veces, aires frescos, ajenos a la política, renuevan la confianza, pero, como siempre, como en cada momento que algo ilusiona, la política se encarga de ensuciar. Da igual mentir, condenar, ensuciar, todo por ser un pequeño Maquiavelo en donde, siendo mentira, la máxima de que el fin justifica los medios, es necesario, aunque se destroce al contrario con lo que sea… aunque sea inventado.

A veces se hachan de menos pactos, elegancia en el comportamiento, respeto, y, sobre todo, amor por la ciudad. Y es que, día a día, frase a frase, se acude a la guerra facilona y cutre, unos aprovechando, otros enlodando, otros vendiendo humo y otros echando mierda, pero realmente, se perdió, y creo que, para siempre, la defensa de unos ideales, de un modelo, de un hacer lo que haya que hacer, sin colores, sin protagonismo fatuos.

Llega el momento de las promesas, las mismas que se incumplieron, por imposibles o por desidia; por azar o por egoísmo; por vagueza o por torpeza. Aun así, no queda otra, y dentro de escasos días, con la cabeza embotada, volveremos confiar en que no hay nada mejor, y que el sistema es inmutable… o no.