[Lee aquí los capítulos anteriores] Mientras volvía del pregón con mi amigo “El Bigotes”, recordaba entusiasmado cada momento vivido, cierto que desde la distancia apenas se veía el escenario, pero tampoco tenemos edad de ocupar los primeros puestos entre empujones, pero el ambiente, el buen ambiente, que se respiraba en toda la plaza era sumamente agradable.

Como siempre, “El Bigotes” en su línea habitual se quejaba de que los pregoneros no eran de la ciudad, se quejaba de la masificación, y hasta dedicó un estúpido comentario homófobo hacia el concejal de moda, pero al final, me reconoció que en su vida había visto a tanta gente en un pregón de carnaval, y por supuesto, en su vida había visto a un concejal tan comprometido como el que se subió al escenario.

Muerto de risa, y aplaudiendo, de todo corazón, al final me reconoció que el del bolso estaba dejando el listón muy alto para quien viniese detrás, si alguien venía, y el que estaba ocupaba un puesto vitalicio hasta que se muriese en su puesto.



Juntos, camino de vuelta comentamos el tema, y aun a sabiendas de que nadie es imprescindible, y sobre todo, que no tiene porque caer bien a todo el mundo, sobre todo en el mundo de la política, al muchacho había que reconocerle que era un todo terreno, sobre todo porque alguien que es capaz de ser criticado en Navidad por las cabalgatas, en Carnaval por el tema que elige, en Semana Santa por las subvenciones, en Feria por bailar, en Verano por los conciertos, en Halloween por no ser tradición y nuevamente en Navidad, merece un respeto.

Si estuviera en su casa sentado, sin moverse, dejándose llevar, y cobrando su sueldo, seguro que no era criticado, pero en su nivel, es difícil que nadie proteste, sobre todo si pone el listón tan alto para quienes pretenden coger su relevo.

Ciertamente me lo pasé bien, muy bien, y aplaudí que bailara, siendo parte del espectáculo, demostrando que se siente orgulloso de ser quien es y como es, como dicen por aquí, ole tú.