Juan Luis Rincón Ares.- Somos bastantes, los jubilados y jubiladas de la Enseñanza Pública que pese a dejar de ejercer seguimos llamando "Mi cole" o "Mi instituto" al lugar que ocupó el centro de nuestra vida laboral durante casi medio siglo. No lo hacemos para indicar propiedad, sino que, igual que cuando decimos "Mi familia" o "Mi pueblo",  lo hacemos para señalar la fuerte vinculación afectiva que nos unió y aun nos une a ese proyecto educativo.  Al pronunciarlo aun sonreímos y la melancolía, dulce e intensa, nos invade y sacude.

"Mi centro" es el CEPER La Arboleda Perdida. Más de 35 años de aventura pedagógica y humana, fuertemente humana. Miles de historias personales transformadas por la acción educativa colectiva. Tan grande fue la singladura que necesité tres libros, casi mil páginas de historias y reflexiones, para acercarme a contar su historia. Aún no he acabado. Todavía se me cuelan anécdotas y recuerdos en lo que voy relatando cuatro años después de jubilarme.

Hoy "Mi centro" está sufriendo uno de los mayores ataques a su historia y a su presente. Llevan meses sin un servicio de portería adecuado que además de vigilar la entrada y salida pueda acoger con información y sonrisas al personal que llega, como siempre ha sido. La seguridad está comprometida y es el propio personal docente el que tiene que abrir, cerrar y garantizar la seguridad de un edificio educativo usado por casi novecientas personas. Ni el Ayuntamiento tiene ese tráfico humano.

La limpieza del centro vio antaño recortado el horario de nuestra atareada y querida Milagros y, cuando ella tiene que ausentarse o por las tardes, el uso normal pero multitudinario convierte los baños, por ejemplo, en auténticos basureros insalubres.



La falta de mantenimiento exterior es grave y el edificio da la impresión de abandonado y avejentado, ofreciendo una fachada indigna de un proyecto educativo tan necesario y bien acogido por la población adulta de nuestra ciudad desde hace casi cuaterna años. No dan ganas de entrar en él.

Pero el estado del interior es aún más patético. A la histórica falta de ascensor que condiciona la accesibilidad de la planta superior para personas con movilidad reducida, se suman las múltiples filtraciones, goteras y las manchas de humedad y de mohos que convierten la estancia en esas clases en auténticos desafíos a la salud del profesorado y del alumnado.

Podría parecer que se trata de una venganza partidista contra este proyecto educativo que fue impulsado en su génesis por otras fuerzas políticas si no fuera porque algunas de estas deficiencias empezaron antaño con gobiernos municipales de otros colores, y sobre todo porque el actual equipo de gobierno reacciona con la misma desidia y abandono contra todos los centros de titularidad pública de nuestra ciudad, no así con los concertados y privados. Se le ve el plumero. Los equipos directivos de los centros públicos portuenses se quejan amargamente de que no se realizan el mantenimiento necesario, ni la pintura, ni la poda de árboles frondosamente peligrosos, ni los ajustes de potencia eléctrica, y de que todos los llamados de auxilio a los oídos municipales caen en saco roto.

La comunidad educativa de "Mi centro", del CEPER La Arboleda Perdida, ha tenido toda paciencia del mundo. Ha aguantado carros y carretas. Plazos y promesas mil por parte de la Concejalía de Educación que han sido hartera y repetidamente incumplidos. Y ya se han cansado. Y como hemos tenido que hacer mil veces a lo largo de nuestra historia se ponen en pie y abandonan por un día las aulas para gritar su descontento en la puerta del consistorio. Estarán allí el martes a las diez y yo estaré con ellas y con ellos. Con mi sudadera verde. Por la escuela pública y por la dignidad de los miles de mujeres y de hombres que han pasado por nuestras aulas y han transformado la vida de nuestra ciudad. Por "Mi centro".