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Philippe de Chauveron (París, 1965) empezó dirigiendo documentales y se convirtió en el rey de “la comedia francesa del año”. El director visitó España recientemente para presentar el estreno: Dios mío, ¿pero qué nos has hecho? (2022), última entrega de la saga protagonizada por el actor C. Clavier de la que ahora escribiré.

Recuerdo que la primera película Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho? (2014) (hablo debajo de ella) explotaba también el choque cultural entre la Francia vetusta y diestra y la chiraquiana, integradora del extremo centro, la socialdemocracia y el revisionismo. Ello a través del matrimonio de una de sus hijas. La segunda película (de la que no hablaré por no ser redundante) duplicaba la apuesta: Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho ahora? (2019).

En cuanto a la financiación de sus películas, es absolutamente privada, pero, con aceptación comercial en las salas. Y de su éxito declaró: “es complicado, porque uno nunca hace películas pensando en eso. Se pone a pensar en ello una vez la terminas, y esperas cualquier cosa, casi siempre lo peor”.

Dice Chauveron que Francia es un país de contrastes, “un país rarísimo, muy peculiar en sus particularidades. En un colegio cualquiera verás a niños de un montón de orígenes, religiones y costumbres distintas. Y convivirán genial, porque la fractura no se siente de verdad hasta la adolescencia. La fractura, cuando existe, es por culpa de las crisis económicas”.

DIOS MÍO, ¿PERO QUÉ NOS HAS HECHO? (2022). Claude Verneuil, un notario conservador gaullista y su esposa Marie, son burgueses, y católicos a la vieja usanza, viven en Chinon (Francia) y son padres de cuatro hijas. Sus hijas se han casado con descendientes de inmigrantes en Francia de diferentes orígenes étnicos y religiosos. Isabelle, abogada, casada con Rachid Ben Assem, musulmán, también abogado. Odile, dentista, casada con David Benichou, un empresario judío sefardí desempleado. Ségolène, artista plástica, está casada con Chao Ling, un bancario chino y budista. Y Laura, casada con un hombre negro.

De otro lado, en su debut literario, Monsieur Verneuil no ha tenido éxito, y para aparentar tener buenas ventas, se va comprando cajas enteras de su propio libro. En tanto, prepara su segunda obra, protagonizada por su admirado General De Gaulle.

El motivo que desencadena la historia es la proximidad del cuarenta aniversario de bodas del matrimonio Verneuil: sus bodas de rubí. Sus cuatro hijas han decidido organizar una fiesta sorpresa en la casa familiar e invitar a los padres de sus respectivos maridos a la celebración.

Mientras, Ségolène, una de las hijas, inaugura una exposición con sus horribles cuadros. Acude al evento un coleccionista alemán que parece interesado en sus pinturas, o tal vez en ella. Ségolene ansía vender su obra al coleccionista teutón.

En esta entrega la carga de chistes más bien malos, de nuevo aborda los estereotipos raciales, asuntos y prejuicios morales, manidos roles matrimoniales, suegros de una pesadez extrema y otros por el estilo.

Tercera fase de esta trilogía de Chauveron con un guion limitado de Guy Laurent y el propio Chauveron. La celebración de las bodas de rubí, con los consuegros, de nuevo pretende mostrar que la xenofobia, el racismo y los choques culturales son patrimonio del mundo.

Tenemos gracietas diversas, como que Jesús fue africano, que los chinos son todos iguales o un judío y un árabe que reeditan el conflicto palestino-israelí en el jardín contiguo de sus casas. Estas observaciones son bastante chuscas, pero si te hacen gracia, tal vez puedas encontrar el punto de interés al filme.

Recuerdo aquí que Freud escribió en 1905, “Los chistes y su relación con lo inconsciente” donde se afirma que "nuestro disfrute de la broma" indica lo que se reprime en conversaciones más serias” y que hay siempre algo oculto en la intención del chistoso.

Si analizamos el contenido latente de este humor de Chauveron, lo que se vemos en estas burlas, que se presumen amables en aras al entendimiento entre los humanos, es mucha mala hiel, y lo que queda es la fotografía social de la ignominia.

Esta nueva entrega se salva más por la profesionalidad del equipo técnico y el encanto de los protagonistas, y para algún tipo de público puede resultar incluso entretenida.

En el reparto están, principalmente, Christian Clavier como Claudie Verneuil, con un catálogo de gestos y braceo un tanto exagerados; Chantal Lauby, muy propia como señora Verneuil; y bien el resto del reparto: Fréderique Bel, Julia Piaton, Élodie Fontan y Émile Caen, entre otros.

Algunas de las ideas que se proponen funcionan razonablemente bien. Ejemplos son los enfrentamientos entre parejas, donde la señora suele poner el punto final a la discusión; la afición de la madre china por el vino tinto y los embutidos; el germano joven experto en arte, enamorado de la señora de la casa (insólito caso de gerontofilia en su versión “matronolagnia”: atracción sexual hacia mujeres ancianas); o el piloto de globo aerostático, un sujeto manco que lo hace todo con su única mano, los pies y la boca.

Destacaría también para positivo, el trabajo del actor Abbes Zahmani, el padre tunecino roquero, que protagoniza una escena enternecedora y musical, con una bonita canción, al final del metraje.

Lo mejor de la peli son las oportunidades humorísticas con los consuegros internacionales del clan (choque entre culturas, etc.); gags bien llevados cercanos al slapstick; y no falta el guiño de reivindicación femenina a cargo de las cinco suegras cuando se van de marcha nocturna.

Y algo igualmente aceptable es la crítica a eso que se conoce como “viejismo” (actitudes y comportamientos negativos hacia la gente de edad avanzada), lo cual vemos en las escenas en que los porteros de una discoteca impiden el paso a los protagonistas por mayores; aunque las señoras logran entrar finalmente…

Y para finalizar, la búsqueda de la paz mundial con todos… menos con los alemanes, única nacionalidad a la que la bonhomía ecuménica de sus creadores es incapaz de aportar una nota positiva.

Publicado más extenso en revista de cine Encadenados.

 

DIOS MÍO ¿PERO QUÉ TE HEMOS HECHO? (2014). Otra dirigida por Chauveron, es ante todo una película cargada de intentada amabilidad y galanura política. Y para llegar a este extremo, juega con cierta munición humorística que al principio resulta graciosa y chispeante, en la figura de su protagonista, un conservador de provincias entre otras, xenófobo.

Un matrimonio conservador observa atónito cómo sus tres hijas mayores van contrayendo matrimonios con candidatos de otras etnias y religiones, como ya he dicho antes. Sólo les queda la esperanza de que la menor de sus hijas consiga un marido acorde a los principios que le han intentado inculcar, y pise la iglesia.

En este filme, de nuevo soportamos una retahíla de chistes fáciles y previsibles con limitada gracia y sin arte, por parte de un director francés de medio pelo como Chauveron. Quien la vea por vez primera podrá parecerle graciosa; pero si ahonda un poco, se dará cuenta de que está ante una peli mediocre.

El guion de Chauveron y Guy Laurent quiere demostrar lo que es “supuestamente” corrección, siendo que acaba pretendidamente demostrando lo contrario: que todos somos racistas.

Los guionistas no llenan los huecos entre escenas, limitándose a enlazar estos espacios vacíos con carteles como: “Un año después”; “Seis meses más tarde”, etc. El final levanta algo el vuelo y deja una sensación de engañoso bienestar. Pero la historia cabe en el enunciado de un chiste. Lo cual que se queda en lo previsible.

En el reparto destaca el savoir-faire del veterano Christian Clavier, un comediante de oficio que encarna a un hombre irascible, facha y a su modo, buena persona. Como protagonista plantea un sutil estudio sobre la persistencia de un tipo de francés medio en un siglo XXI, dentro de una sociedad multicultural. Chantal Lauby es el segundo puntal actoral encarnando a la madre y esposa tan abnegada como sorprendida por los acontecimientos. El resto de los actores, la mayoría son los mismos del estreno comentado antes.

Esta obra tuvo un inusitado éxito de recaudación en Francia, con más de 12 millones de espectadores, lo que la convirtió en la película más rentable del momento, más de cien millones de euros de beneficio.

Según piaba Louis CK en un monólogo, pocas cosas unen más a las parejas que compartir los más secretos racismos respectivos. Tirando de ese hilo pelado, podría concluirse que esta “exitosísima” comedia de Philippe de Chauveron resulta ser uno de los vasos comunicantes con el espectador más efectivo de los últimos tiempos.

Película que alterna escenas graciosas y gags de baja intensidad. Comedia y ejercicio de doble equilibrismo, ya que basa su potencial en tensar sin romper la cuerda floja de la bufonada; y, sobre todo, en no pisar ningún delicado callo teniendo en cuenta su peliagudo planteamiento.

Especie de infusión de manzanilla bienhechora con una cándida a la vez que malévola idea de las relaciones amorosas, que casa con la sentencia de otro francés, el ilustre Albert Camús en: “Retorno a Tipasa”, cuando escribió aquello de que: “no hay amor sin un poco de inocencia”.