Desde que tengo uso de razón, he asistido a debates, a debates taurinos, más por desbordamiento que por interés. Los Paulistas y Curristas ya protagonizaban encendidas broncas; no eran pocos quienes criticaron a un Cordobés por su payasada del salto de la rana; y las fans de Jesulín, con sujetadores incluidos eran objeto de las más encendidas críticas. Los indultados de Ponce tampoco se quedaba lejos de la crítica, y así, de un caprichoso Morante, las criticas pasaban a un hierático Jose Tomás.

Entre todos ellos, los recién llegados, los advenedizos, y todo un sin fin de hombres de escalafón, en algún momento han probado el duro jabeque de los verdaderos toreros… los que, desde la barrera, esos que, con sus brazos  doblados sobre el pecho, eran los verdaderos  catedráticos, ejercían de sesudos doctores de la ortodoxia torera. Si el Papa Negro levantara la cabeza, les daría la bienvenida porque, inexplicable es el arte, y aunque es cierto que hay técnica, ortodoxia y estilo, mas aun lo es que el arte no tiene límites, si  a eso le sumamos el riesgo de un arte que se ciñe a la cintura aun a riesgo de perderla, quizás, tras el respeto, solo cabe el gusto y el pellizco.



No hay límites pues, y sí gustos, tantos como personas, como aficionados. Las críticas, crueles a veces, y en donde se estudia lo hecho. Las críticas, en donde se cuestiona a quién reparten, según algunos, como croquetas los trofeos, a veces, muchas veces, pudieren rayar en lo ridículo. Y eso nos puede llevar a ver el absurdo de quien, sin haberse ajustado los machos jamás, determina como se debe ejecutar una faena según los cánones. En mi corta experiencia, siempre me ajustaré a la única ortodoxia… el pellizco no se estudia, no se busca, se enamora del momento, un momento que no siempre llega, sin que ello marque una calificación… la faena surge, y aunque se busque, ella decide cuándo aparece, porque la suerte está echada.

En El Puerto, las tardes de toros empiezan y acaban con el olor a zotal; con el calor  sofocante apagado con la cerveza previa; con esa faena inacabada o esa media estocada que te levanta; con ese pase redondo que sigues con el corazón… con la tarde de toros, porque el toreo es un elenco de artes del que solo Dios entiende.