Aquellos tiempos inciertos, locura del barrio alto, unas fiestas, para muchos, lejanas, de poco trato, donde la cal y el geranio olían a primavera, fiesta de tópico ser, de cordobeses sabores y portuenses maneras, fiestas que algunos decían, que en nada se perderían, pero que aún, hoy, tras el paso de los años, tienen su arraigo y tronío, sabor a rosa temprana que engalana y trapa sola, cual yedra, verde y salvaje, que baja del barrio alto y se pierde en la ribera.

Aquellos tiempos pasados, los mismos que siguen siendo, las fiestas del barrio alto, las fiestas de aquel lebrillo rebosante de color, las de latas de tomate y tinajas de manteca donde suben plataneras dando sombra al caracol. Los tiempos de una prefería, donde el fino da color a los aromas de un año que viene cuajado en flor. Los tiempos, que aun pandemia, florecieron en su fecha, y que este año, por fin, abren sus puertas a un Puerto rebosante de sabor. Y es que, aun siendo cercanos los años, donde todo comenzó, sin siglos de tradición, que en nada le desmerecen, son los patios portuenses ejemplo de su nobleza.

El barrio se quedó chico, y las casas de vecinos, siendo sus protagonistas, dan la mano a aquellos patios de porte mas señorial, a los patios recortados, enmarcados en columnas, que cambian mármol por cal, y que noches singulares, con palmatorias de aceite, iluminando la noche, van mostrando aquel camino que huelen a cera y a luz, que saben a rosa fresca, a baile por bulerías de geranios y begonias… ay noche fresca de patio, de corazón reventón, que en clave de clavellina, sabe a clavel de colores, dorados de fino aroma, rojos como los fresones, rosas de cal y limón, noche de patio volátil, de mariposa y de cruz, de simple mantón bordado, de embajadoras de amor, por un Puerto y unos patios, donde las puertas se abren sin cerrar el corazón. Hay patios, acogedores, donde llora una guitarra mientras suena aquel piano y un baile por sevillanas anuncian que es tiempo de Primavera y hacemos brindis al Sol.