Con el frío propio de los tiempos invernales, vemos como se aleja el mes de enero, el mes de la resaca, en donde el cuerpo, la cartera y la paciencia, agotados cada cual en su estilo, permite cargar fuerzas de cara al más corto de los meses.
El Puerto, sin gran tradición a lo propio del mes, se refugia en los paseos por la playa donde un sol envuelto en fríos vientos nos calienta de forma acogedora.
La claridad, entumecida por los vientos de levante, o de poniente, que ambos nos hacen buscar el refugio arrebujado del abrigo, va anunciando que en breve todo cambiara.
Como todo, como todo lo tocado por aquella invisible mano que nos dejó algún tiempo confinado, es cada año, distinto, complicado, novedoso, y ahora se nos presenta el mes de la fiesta más complicada, una fiesta que en este rincón del mundo se toma de forma muy diferente.
Nada le une para quienes los viven de forma intensa, con la Pasión, si bien su origen es precisamente ese. Una fiesta que une a los seres más divertidos con los mas egocéntricos, los que se divierten, los que intentan sacarle partido, los que la disfrutan, y al fin y al cabo, a todos los que, aunque solo sea de paso, al final terminamos enganchados en ella.
Febrero, el mítico, febrero, el febrerillo loco, el distinto del calendario, o el rarito. Febrero, al fin y al cabo un mes, que como los restantes, tiene sus particularidades.
Por mi parte, procuré desde hace muchos años, vincular cada mes a las playas. Y si nos adentramos en ese mundo, descubriremos que quizás el verano puede no ser el mejor mes para disfrutarlas, porque haga frío o haga calor, viento, lluvia o solo Sol, sabe distinto el sabor del mar con cada etapa del calendario, y febrero tiene el suyo, el color propio de un amanecer, el sabor de esa tibia salida de las penumbras invernales, el sonido de los rayos de un sol que, al fin y al cabo, nos dan esa sensación de calidez que necesitamos.