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Moda y cine van de la mano. De hecho, la moda y el diseño de vestuario, constituyen un valor importante en un filme, al punto que hay establecido un Oscar a este efecto.

También es conocido el capricho de divas deseosas de imbuirse del lujo y el glamur (igual de poder y estatus) asociado a las grandes firmas. Y las marcas de la moda tienen su interés en vestir a estrellas como estrategia publicitaria.

Muchos cineastas han recurrido a los creadores del momento para explicar las razones indumentarias de un personaje, y también para añadir familiaridad en su imagen. A veces, detrás de un gran director hay un gran diseñador/a, y no necesariamente por el empeño de la estrella de turno. Prueba de ello son películas como Pánico en la escena (1950), de Hitchcock, donde Marle Dietrich se viste de Christian Dior por una cuestión de lealtad (“No hay Dior sin Dietrich”). En Sabrina (1954), de Billy Wilder, Audrey Hepburn luce Givenchy (Oscar a vestuario). En Y Dios creó la mujer (1956), de Roger Vadim, Brigitte Bardot luce prendas de Pierre Balmain para promocionar la moda Prêt-à-porter.

No fueron ajenos al séptimo diseñadores como nuestro Cristóbal Balenciaga (abajo hablo de él), Gabrielle Chanel (ídem), Gucci (también escribo de la familia), Yves Saint Laurent, Paco Rabanne, Guy Laroche, Giorgio Armani, Azzedine Alaïa, Francis Montesinos, Prada, Jean Paul Gaultier, Rodarte o Raf Simons. Habría más.

Hoy, para honrar la memoria de tantos diseñadores de la moda, comentaré tres películas. La casa Gucci (2021), de Rydley Scott. El hilo invisible (2017), de Paul Thomas Anderson; y Coco, de la rebeldía a la leyenda de Chanel (2009), de Anne Fontaine.

LA CASA GUCCI (2021). Drama criminal del homicidio de Maurizio Gucci en 1995. Nieto del patriarca del imperio Gucci, apareció asesinado por orden de su ex-esposa la Sra. Reggiani, conocida desde entonces como la "viuda negra de Italia".

El guion está escrito por Roberto Bentivegna y Becky Johnson, un libreto bien hilado, centrado en el encuentro, matrimonio y vida en común de Maurizio Gucci y Patrizia, cómo ella lo busca de manera interesada, sus inicios pasionales con alguna escena de sexo intenso y posteriormente, sus desavenencias, las intrigas familiares y el constante asedio de Patrizia a la familia para hacerse con las riendas el emporio Gucci

Pero el libreto explora también cuestiones de clase social. Aclara que el clan Gucci es una realeza autoproclamada y en absoluto una aristocracia legítima. Adaptación del libro de Sara Gay Forden, 2001: “The House of Gucci: A Sensational Story of Murder, Madness, Glamour, and Greed”.

El padre y principal de los Gucci, Rodolfo, se da cuenta de que Patricia es una caza fortunas, y le sugiere a su hijo que no se case. Contraviniendo al padre se casan, pero con el tiempo, pasado el inicial ardor, Maurizio se da cuenta de que su esposa es una mujer vulgar, una persona malévola e intrigante.

Aunque en realidad no se salva nadie en esta panorámica moral que apunta Scott, pues no hay uno que se libre en esta historia de mezquindad y anhelos de fortuna por caminos poco honestos en ocasiones.

Finalmente divorcio y desenlace trágico con el asesinato del ilustre heredero. Su viuda sería condenada, así como la “pitonisa-asesora” de esta y los dos sicarios que perpetraron el crimen.

Scott hace toda una incursión por el mundo de la riqueza y de los ricos, el dispendio y el derroche, que es un apartado importante del filme: los ricos como casta aparte.

Un abordaje narrativo plan melodrama, sin reparo en el exceso, cierta caricaturización e incluso trivialidad por momentos. Como si hubiera querido mostrar, a la vez que lo genuino de la conocida marca, también cierta humorada sobre los Gucci.

Los personajes e intérpretes principales del filme son Maurizio Gucci (Adam Driver) y su esposa Patrizia (Lady Gaga); el padre, Rodolfo Gucci (un Jeremy Irons apagado); su hermano Aldo Gucci (Al Pacino, que no está a la altura); ni Irons y Al Pacino aportan nada nuevo al filme. Un reparto desigual donde Driver da el nivel de manera solvente, con un porte que atrae a la cámara; un tanto explosiva y sobreactuada, sin duda eficaz, sublime y tosca también, una Gaga de rostro ávido y fulgurante; irreconocible e impostado Jarret Leto como primo, muy atacado; y bien Salma Hayek como Pina, vidente que aconseja a Patrizia en su venganza.

La Gaga, a pesar de sus excesos y el impulso feroz que imprime al personaje como esposa abandonada y ávida de poder, sirve de “norte” para encontrar el derrotero emocional que la película de Scott busca.

Digamos que la contención de Driver y el desorden de la Gaga se salvan y se justifican, en sintonía con el guion. Aunque la evolución dramática de los personajes corre más por cuenta de del espectador que de un libreto que se limita a cubrir etapas.

Estupenda la música de Harry Gregson-Williams; además, suenan fragmentos de ópera: La Traviata de Verdi, La flauta Mágica de Mozart, así como música ochentera: Eurythmics, David Bowie, Donna Summer, George Michael o Blondie.

Muy acertada la fotografía de Dariusz Wolski, que mezcla el brillo con una apariencia de época desvaída para lograr un efecto decadente. Fabuloso diseño de vestuario, producción de época, ambientación y localizaciones interesantes. Yendo y viniendo de Milán a Nueva York.

La obra habla de amores inadecuados, y de una poderosa y rica familia. Es también una historia de anhelos, afanes y nuevos proyectos empresariales; e igual, la semblanza de una época y sobre todo, el espectáculo cambiante del poder.

A pesar de sus irregularidades, la película subyuga, pues en su visionado somos partícipes de un desastre de estrategias en el afán de la familia por controlar el negocio, tontos engreídos, decisiones erradas, hábiles mercaderes aspirantes al trono, estilos de vida torcidos e incluso delictivos, falta de inteligencia y la presencia de una mujer turbadora y ladina.

Todo lo cual que el desastre alcanza de lleno a esta familia de privilegiados que no acierta a gestionar su vida y menos su empresa de alta moda, que acabará en manos árabes: la Bahreimn Investcorp.

La cinta entretiene, sobre todo por los enredos de familia, el análisis del lujo extemporáneo, de los propios millonarios y sus ángulos oscuros de engreimiento y vanidad. Y cómo el poder bascula a un lado y otro al punto de que hoy ningún Gucci se sienta en el consejo de administración de la marca.

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EL HILO INVISIBLE (2017). Paul Thomas Anderson hace un enorme trabajo de dirección en este filme, rodado con maestría, con una asombrosa propuesta y un poderoso lenguaje visual, sin olvidar que como dramaturgo es igualmente un gran director de actores.

Dice Thomas que su libreto está inspirado en la vida del gran modisto español-vasco Cristóbal Balenciaga Eizaguirre (1895-1972), que destacó por la técnica como forma de maestría. Una meritoria película en la cual, fotograma a fotograma, se va retratando el perfil de un orfebre obsesivo y maniático, en aras a acometer la obra perfecta, desde su propia imperfección.

El guion está también próvidamente escrito, abordando en profundidad la dimensión obsesiva y fóbica del personaje y haciendo que entremos en un mundo por demás sorprendente, de un gran neurótico que encuentra el amor y en cuyo romance se irá dando cuenta, de los inconvenientes que tiene su joven amante Ana (Vicky Krieps) para su desempeño y sus obsesiones.

Esta situación depara sorpresas que más que de él, provienen del comportamiento límite de la protagonista quien con su fuerte espíritu, peligrosa ella, segura de sí misma y enamorada, va derribando las resistencias de su amado hasta conseguir que él la necesite.

Banda sonora grácil, delicada y sonámbula de Jonny Greenwood que resulta de enorme belleza. Igual la fotografía de Paul Thomas Anderson y la muy buena puesta en escena, sobre todo en cuanto a vestuario y dirección artística.

En el reparto Daniel Day-Lewis hace un trabajo maestro con gran magnetismo en cada gesto. Le acompaña sintónicamente y muy bien la Krieps. Sin olvidar a una imponente Lesley Manville que hace, ella sola, un trabajo perfecto como hermana sobreprotectora.

Película que pone al espectador frente al panorama de la moda de mediados del pasado siglo, pero no sólo de la belleza exterior de unos esplendorosos vestidos, sino también de una realidad interior, la de los propios personajes, particularmente la del protagonista Reynolds, al que dibuja hasta el mínimo detalle y como se relaciona, tanto en las distancias largas como en las distancias cortas, sostenido todo este dibujo por la sublime interpretación de Day-Lewis en un personaje laberíntico que va del tormento a lo genial.

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COCO, DE LA REBELDÍA A LA LEYENDA DE CHANEL (2009). Vi esta cinta en su estreno y, contraviniendo algunas críticas no muy laudatorias, puedo decir que a mí me gustó.

En ella disfrutamos de una Gabrielle Chanel, más conocida como Coco Chanel, en su más pura esencia, una película que muestra cómo, la que fue una gran diseñadora de moda y otros, proviniendo de una familia muy modesta, se abrió paso a la excelencia.

Mujer autodidacta y creativa, a la vez que dotada de una enorme personalidad, se encumbró como símbolo de éxito y libertad, creando la imagen de la mujer moderna a principios del pasado siglo.

Anne Fontaine, su directora, consigue hacer el retrato de una fémina apasionante que rompió con una moda excesiva haciendo unos diseños más sencillos y acordes con la mujer moderna.

La semblanza de Coco resulta atractiva en la cinta, un personaje femenino atrevido, insolente y elegante.

Sensacional interpretación de Audrey Tatou en el papel protagonista, una sugestiva actriz que transmite y emociona a través de sus originales facciones y una maravillosa sonrisa que cautiva. La manera en que la Tatou da vida a Coco y le confiere la enorme personalidad y el carisma que sin duda tuvo, es sencillamente genial.

Filme sobre los orígenes de la modista que revolucionó la moda, sus devaneos amorosos con un acaudalado hombre de negocios y ciertos desbarajustes en su pertinaz independencia sentimental.

Este filme funcionó como el Año Cero de Coco Chanel, documentando sus orígenes y primeras experiencias sentimentales, para desembocar en la conquista de su identidad estilística.

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