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El cine ha tratado numerosos casos de psicópatas y asesinos en serie que súbitamente llegan en una localidad y aterrorizan con sus comportamientos transgresores y sus amenazas a los ciudadanos: criminales que perturban la paz. El cine ha acercado al espectador a estos personajes, a su modo de ser y accionar antisocial que siembran la angustia y el desamparo.

Estos asesinos suelen ser normalmente muy vanidosos y narcisistas, engreídos, pendencieros y además de cometer crímenes, quieren diferenciarse de los demás, se gustan a sí mismos y desean ser reconocidos, tener su propia “marca”.

Otra característica es su habitual “modus operandi”, de manera que estudiando el tipo de víctima, la forma del crimen, el lugar o las circunstancias que rodean los hechos, se puede elaborar un retrato fidedigno del asesino al que se enfrentan normalmente los agentes de la autoridad.

Es igualmente común en este tipo de sujetos que tengan una doble cara, es decir, presentan una apariencia normal e incluso encantadora, pueden resultar agradables, fascinantes, inteligentes o ser auténticos seductores, pero cuidado, son muy peligrosos y pendencieros.

Esta temática ha sido casi siempre bien acogida por el público, su efectividad y rentabilidad están prácticamente aseguradas, por lo que hay muchas películas con esta temática.

De la gran lista existente de psicópatas y asesinos en serie que rompen la paz de poblaciones y familias, en esta entrega me voy a referir a tres números uno: El cabo del terror (1962) de J. Lee Thompson, cuyo lunático es encarnado por un brillante Robert Mitchum. Un remake de este título, El cabo del miedo de Martin Scorsese, donde el criminal es Robert De Niro. Y una obra maestra, La sombra de una duda (1942) de Alfred Hitchcock, con un brillante Joseph Cotten como sujeto peligroso.

 

EL CABO DEL TERROR (1962). Película del gran director británico J. Lee Thompson que dosifica muy bien la intriga, la cual va subiendo de manera paulatina el nivel de miedo en el espectador.

Guion de James R. Webb, que adapta la novela de John D. MacDonald, titulada The Executioners. El film muestra cómo un delincuente sexual puede manipular el sistema de justicia y aterrorizar a una familia honrada y a una población.

Si Webb preparó un guion duro, Thompson lo dirigió con un estilo firme y siniestro. Sin engaño, todo es nítido y directo. La amenaza vibra en cada imagen como una carga eléctrica de alto voltaje.

Cuenta el film la historia de Sam Bowden (Gregory Peck), respetable abogado de una pequeña ciudad de Estados Unidos. Un buen día hace su aparición Max Cady (Robert Mitchum), un hombre que fue condenado a ocho años de cárcel por violación, con la testificación de Bowden. Cady viene dispuesto a vengarse del abogado que lo metió entre rejas y amenaza con hacerlo en la persona de su hija, una niña a la que quiere raptar y maltratar.

De la noche a la mañana Bowden ve cómo su apacible vida se convierte en una pesadilla. Max Cady no deja de acechar a su mujer y a su hija adolescente. La ayuda que le ofrece el jefe de la policía local resulta inútil, y la Ley no puede hacer nada para que el peligroso delincuente deje de merodear por el pueblo. Sin duda es un gran thriller de los sesenta.

Podemos disfrutar de una actuación sublime y escalofriante de Robert Mitchum como ex convicto resentido. Un personaje que actúa violentamente, con una descarada arrogancia y un aura de perversión inquietante. Su mirada mala y lánguida, su crueldad, la frialdad del personaje y su agudeza son el fiel retrato de un asesino sin escrúpulos; Mitchum muy inspirado.

El impasible Gregory Peck interpreta con gran acierto al hombre de familia; Peck es firme y tenaz: un abogado cabal.

Polly Bergen es su esposa amenazada, correcta. Martin Balsam como un duro oficial de policía. Telly Savallas en su espacio de detective experimentado. Barrie Chase como la chica del bar y Jack Kruschen como abogado. Trabajos muy profesionales y correctos.

Resumiendo, un magnífico film, un inquietante thriller de terror psicológico que además juega con la sensación de impotencia del espectador. Y Mitchum, que es el alma de la película. Esta obra dio lugar a un remake dirigido por Scorsese y titulado El cabo del miedo (1991).

Más extenso en revista Encadenados.

EL CABO DEL MIEDO (1992). En este remake de Martin Scorsese se reedita de nuevo la historia de Max Cady (Robert de Niro), que liberado tras catorce años entre rejas busca al abogado Sam Bowden (Nick Nolte) para vengarse. Es constante la presión y el acoso que ejerce Cady sobre la familia Bowden.

Pero en esta versión Bowden no es la gran persona del film de Thompson, es un marido infiel con problemas familiares y una hija que no tolera bien a sus padres. Cady es un campesino sureño, asesino cruel empujado por el afán de represalia. Todos en esta película son débiles de una forma u otra, no hay héroes, ese es el toque de Scorsese a la versión anterior.

 

Es igualmente un film turbador y a la vez una realización cinematográfica impresionante, que muestra a Scorsese como un maestro de un género tradicional de Hollywood, capaz de amoldarlo a sus propios temas y obsesiones.

El film consigue aterrorizar, lo cual es posible entre otras por una genial realización de planos de Scorsese, un De Niro en forma y a una virtuosa banda sonora de Elmer Bernstein.

 

LA SOMBRA DE UNA DUDA (1943). Esta la 29ª película en la carrera de Alfred Hitchcock y la primera de su etapa americana.

Es otra de sus obras maestras, una cinta donde hay ambigüedad, un elemento significado, pensado y presente en la filmografía de Hitchcock para inquietar; además tiene una potente carga moral.

Su protagonista, Charlie -encarnado por el gran actor de Hollywood Joseph Cotten- viaja de Filadelfia a California huyendo de la justicia. Viene a refugiarse en casa de unos familiares, en el tranquilo pueblo de Santa Rosa. Ahí llegó el encantador tío Charlie, un criminal que es también un gran seductor. En la esa casa se relaciona de manera extraña con su joven sobrina, la cual no tardará en sospechar que su tío es el misterioso asesino de viudas al que la policía anda buscando. Efectivamente, Charlie es un asesino de mujeres adineradas, ambicioso como buen psicópata, un ser inteligente ya la vez cruel.

Nada más llegar en el tren el jovial y fascinador tío Charlie-Cotten, todo se ve ya de entrada envuelto en los amenazantes humos de la locomotora. A partir de ahí nada volverá a ser como antes, no habrá tranquilidad en el metraje.

Película de mucha expectación e inquietud. Para colmo la joven sobrina queda platónicamente enamorada de su tío, en lo que parece un sentimiento recíproco. Se puede decir que Charlie es uno de los grandes villanos de Hitchcock, un tipo que hace de la maldad su vocación, una maldad sin resquicio de humanidad, y a la vez, es tan cínico que incluso osa pedir comprensión.

Film de atmósferas cautivadoras y crueles, en el cual Hitchcock nos lleva a deliberar y a que nos cuestionemos y dudemos de conceptos como el “sentimiento de culpabilidad”, la necesidad de la denuncia, la grave falta de la ocultación, así como también sobre los límites éticos del bien.

El contexto en que transcurre la acción es el de un ambiente cotidiano de pequeño pueblo americano. Hitch muestra con miradas y datos laterales, cómo el Mal, con mayúsculas, actúa agazapado hasta en las más simples de las normalidades. La cinta posee otra temática típicamente hitchcockiana: la degradación y el servilismo por amor de parte de la muchacha protagonista.

Esta cinta sigue vigente y no ha perdido un ápice de su tensión y fuerza emocional o expresiva. Hitchcock hizo otra de sus películas que sirven de aprendizaje para investigadores y profesionales de la salud mental.

La música es producto de la primera colaboración de Hitchcock y Dimitri Tiomkin (Extraños en un tren, 1951). Partitura orquestal con predominio del viento y metal, con pasajes de gran intensidad (llegada del tren). Tonalidad envolvente que incluye repeticiones de un fragmento del "Vals de la viuda alegre", de Franz Lehar, acompañado este de imágenes de un baile.

Joseph Valentino es el artífice de la fotografía (La soga, 1948) y presenta encuadres torcidos, proyecciones de sombras y ambientes oscuros de corte expresionista. Todo ello con planos picados, primeros planos, encuadres turbadores e imponentes máquinas de tren que arrojan densas, negras, metafóricas y premonitorias humaredas.

En el reparto tenemos la excelencia de un imponente Joseph Cotten magistral y Teresa Wright estupenda que hace un trabajo brillante. Un reparto de actores y actrices de lujo como Macdonald Carey o Henry Travers, entre otros.

Excelente guion de Thornton Wilder y otros (argumento: Gordon McDonell). El libreto conduce el film por unos derroteros llenos de reflexión y espanto.

Es un auténtico thriller psicológico con elementos de drama familiar y cine negro. Para Hitchcock era una de sus obras predilectas. En ella, nuestro sabio y brillante maestro acierta a desplegar con gran intriga, un relato fascinante de suspense psicológico. El desarrollo de la trama se sustenta sobre todo en la progresión de la sospecha, la duda, la desconfianza in crescendo y el miedo.

Está plagada la historia de señales e indicios diversos que se meten dentro del espectador y en la mente de los protagonistas, dislocando notablemente su ánimo. La violencia y la crueldad quedan inexorablemente instaladas en la vida de una familia media que llevaba una existencia normal y plácida.

Hitchcock da vueltas y se fija especialmente en la dualidad de los hechos y las cosas: duda-certeza, verdad-mentira, amor-odio.

Otra idea primordial está referida al panorama “ciudad-tranquila-armoniosa-pacífica” que en su interior esconde secretos alarmantes e inconfesables. Por debajo de la armonía, late con furia un fatal peligro.

Como he señalado, hay igualmente la afición a los trenes, las estaciones, la trasposición de identidades (falso inocente/falso culpable), las escaleras, los viajes (de Filadelfia a California) o la objetivación de ideas (anillo/sospecha).

De igual manera los caracteres principales están muy bien construidos con efectividad y solvencia. Un suspense bien gestionado que se eleva gradualmente hasta culminar con gran intensidad y fuerza expresiva.