Desde pequeño mi familia me enseñó a respetar los uniformes, a respetar a esa policía cercana, la misma que me reñía como si fuera una extensión de mi padre… la misma que saludaba al tendero al pasar, la que de lejos vigilaba mis pasos, para tranquilidad de mi padre, y  no solo eso, pues fueron muchos los tirones de patillas que más de un Carabinieri me diera siendo pequeño. Pero eso les dio respeto, ese respeto,  para mis ojos, esa sana supremacía que los hombres de honor tienen.

Ese respeto se traducía en las acciones más cotidianas, con su dedicación, ayuda y servicio a esa ciudadanía, la misma, que agradecida, les llenaba los maleteros de los coches si estaban cerca de un mercado… la misma que les invitaba a café por las mañanas, pues eran en cuyas manos estábamos, por agradecimiento, no por otra cosa, sano y merecido agradecimiento no compensado con un sueldo.

Para mí, tanto allá como aca, mi policía, la cercana, la que recorría el barrio, con sus barrigas, con sus problemas como los de cualquier mortal… la que hacia la justicia cotidiana del vivir y dejar vivir… esa a la que le debías devoción y respeto por ser personas, que nos gustara o no, ponían en riesgo su vida por ti y por mí, eran mis Carabinieri.

Agentes de la Policía Local protestando a las puertas de la Jefatura, sin los pantalones reglamentarios.

Por eso, y aun casi después de mi despedida, no puedo por menos que volver a sorprenderme, pues llegan a mí las reivindicaciones de esos héroes de mi infancia, sí, mis héroes, ya que me enseñaron a respetar las normas cuando salía de casa; reivindicaciones que lejos de ser justas o injustas, parecen sacadas de una comedia burlona.

Supongo que la prensa, o los enemigos de lo justo están detrás, pues no me imagino a esos señores de uniforme alegando que no estarán en las calles para cumplir su obligación porque carecen de pantalones… es tan ridículo para mis oídos que me niego a creer que sea verdad, pues los pantalones de un Carabinieri se llevan siempre puestos, sean o no reglamentarios… menos en su casa, que se supone que los llevara su mujer, como en todos sitios.

Que quien me protege, que quien con dignidad se dedica a algo que tanto admiro, se rebaje al extremo de decir que no tiene pantalones, es tan vulgar y ridículo que más parece haberlos perdido en sentido figurado que en sentido físico, aunque si se parecen a quienes admiro… todo esto debe tratarse de una broma.