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La violencia contra la mujer es una lacra social, amén de un delito y un atropello, no sólo a las mujeres, sino a la civilización en su conjunto. Como dije en una entrega anterior titulada Maltrato de género y niños en peligro: “La violencia de género produce daños o sufrimientos físicos, sociales y mentales en la mujer (…) Pero se extiende también el daño a la familia en su conjunto e incluso a la comunidad”. Son hechos, en suma, repudiables y que “nos inquietan mucho a todos por su malignidad y perversión”.

El tema del maltrato de género en el cine español

Parece evidente que la cultura y en concreto el cine se ha ido haciendo eco, cada vez más, de tan espantoso daño moral y social. Tanto relatando acontecimientos de maltrato real como de ficción, pues hay muchas ficciones llenas de verdad.

En España, hasta hace tres décadas, las películas que trataban la violencia de género eran escasas. Creo que hubo un punto de inflexión con el dramático caso de Ana Orantes, mujer de Granada, que tras una entrevista en TV donde expuso su padecimiento, fue a renglón seguido asesinada por su marido. Este fatal suceso disparó la conciencia social.

Hago ahora un breve repaso sobre esta temática referida a nuestro cine.

En la película “Surcos” (1951) de José Antonio Nieves Conde (gran film por cierto) se ve a unos niños de la época riéndose de una escena de violencia hacia la mujer representada por unos guiñoles. Algo que entonces formaba parte de la normalidad.

La cinta “Pecados conyugales” (1968) de José María Forqué evidenció el doble rasero de la sociedad a la hora de juzgar las infidelidades de hombres y mujeres.

Las películas del llamado Landismo, protagonizadas por Alfredo Landa y otros, constituyen un esclarecedor testimonio del machismo imperante en los años 60 y 70 del pasado siglo.

En los ochenta aún hay títulos que hoy provocarían rubor, como la cinta de Carlos Aured, El fontanero, su mujer... y otras cosas de meter” (1981) (sin comentarios); estribillos que repetían frases como "pégame, pégame, pégame". Representaciones de una cultura acomplejada y con poca o ninguna sensibilidad ni educación emocional.

Pero el "enfoque moral" al respecto fue cambiando poco a poco, fruto de la educación y de los avances democráticos. Recuerdo que hubo alguna película que trató el tema con acierto y desde una perspectiva distinta, como el film de Ricardo Franco, “La buena estrella” (1978), con Maribel Verdú y Antonio Resines donde el protagonista auxilia a una pobre muchacha maltratada y embarazada. O la obra maestra de Icíar Bolllaín, “Te doy mis ojos” (2003), sobre una mujer que escapa de su maltratador. Eran los tiempos en que las autoridades españolas empezaban a contabilizar los asesinatos por violencia machista.

Lo que ha venido luego ya ha implicado un cambio sustancial. Sirva como testimonio el documental del director y crítico de cine Diego Galán, “Con la pata quebrada” (2013), en el cual hace un repaso del machismo en el cine desde los años 30, pues como él sostenía: "El cine y la televisión tienen una enorme capacidad para sacudir conciencias".

Ejemplos de cine foráneo

En películas americanas y europeas vemos que los mismos personajes de la película defienden a la mujer, o ellas se vengan por sí mismas. Así, El manantial de la doncella” (1960) de Ingmar Bergman, o “Sin perdón” (1992) de Clint Eastwood, son películas de castigo y venganza hacia quién maltrata a una mujer, en el primer caso una doncella violada y asesinada por unos malhechores, en el segundo se narra la venganza de unas mujeres que contratan a un pistolero para vengar unas lesiones brutales producidas a una mujer en un burdel.

Película significativa es “El color púrpura” (1985), de Spielberg, en el que varias mujeres, maltratadas por sus maridos o amantes, se van liberando gradualmente gracias a su solidaridad, a la educación o a lectura. En algunos casos es la propia mujer la que hace su propia justicia, como en “Thelma y Louise” (1991) de Ridley Scott, vengándose de los agresores e imponiendo sus propios correctivos.

Cambio de paradigma en el cine actual

Dicho lo anterior, quiero evidenciar que se ha producido un cambio de paradigma en el tratamiento de la violencia de género en los últimos tiempos y por ende en el cine. Para ilustrarlo traigo a colación dos películas de la órbita anglosajona, de dos cineastas importantes. Para que comprobemos que se ha pasado de una visión de la mujer maltratada como víctima digna de compasión y ayuda por los servicios sociales del Estado, a una imagen más fuerte y segura de la maltratada, propio de la mujer que a día de hoy se siente empoderada, capaz de tomar las riendas de su destino y afrontar con valentía sus problemas con el varón violento, sin necesariamente tener que contar con las ayudas sociales.

Lo que digo lo podemos ver en el paso que conecta dos películas que paso a comentar: Ladybird, Ladybird (1994) de Ken Loach y la nueva película de Phyllida Lloyd, Volver a empezar (Herself) (2020). Las dos giran en torno a la temática del “mal trato”, la lucha de una mujer (y madre) que ha sufrido violencia machista y que tiene que enfrentarse a las heridas físicas y psicológicas, y a las injusticias de un sistema que le da la espalda. Sin embargo, mientras Loach realizó un retrato haciendo hincapié en el dolor y la miseria de una mujer desamparada, Phyllida Lloyd apuesta por la esperanza de una fémina independiente y capaz que además, cuenta con el apoyo de la comunidad.

LADYBIRD, LADYBIRD (1994). Es la historia de una mujer llamada Maggie que tiene cuatro hijos, todos de distintos padres. Debido al violento ambiente familiar, son los Servicios Sociales británicos quienes se hacen cargo de los chicos. Pero Maggie conoce a Jorge, un refugiado hispanoamericano con el cual ve la posibilidad de rehacer por fin su familia y su hogar. Sin embargo, sus experiencias y su pasado siguen atormentándola. Una vez metida de lleno en la dinámica de la asistencia social y todo el enorme embrollo de la burocracia y la maraña de complicadas gestiones, va a tomar conciencia de la dificultad para conseguir la custodia de sus hijos. Pero Maggie continuará presentando batalla antes las instancias públicas.

El gran director Ken Loach consigue sacar adelante una película impresionante que podemos catalogar de cine europeo de alta escuela, duro y a la vez realista, que pone sobre el tapete las consecuencias de la sobreprotección administrativa, más que la confianza en la persona, en este caso de la madre protagonista. Una mujer llevada y traída por los servicios sociales más que por su propia iniciativa.

Magnífico guion de Rona Munro que encierra una crítica desgarradora del sistema, basado en un hecho real. Una historia donde se confunden los términos víctima y verdugo, separados apenas por una delgada línea.

Víctimas ante todo los niños protagonistas, obligados ir de centro en centro y a vivir separados de su madre. Pero también es víctima la madre maltratada, que afronta cada nuevo revés con enorme rabia, lo cual la hunde aún más en su desgracia. Una paradoja cruel a la que se ha de enfrentar Maggie, indefensa y sin capacidad para conducir su destino. Dan ganas de insultar a los trabajadores sociales que salen en pantalla.

Buena música de George Fenton, aceptable fotografía de Barry Ackroyd y un reparto en sintonía con actores fascinantes por su fuerza y credibilidad, como una subyugante Crissy Rock que estremece por su crudeza, o el personaje de Vladimir Vega (fantástico); acompañando Ray Winstone o Sandie Lavelle, entre otros.

Lo esencial del film es que Maggie carece de protagonismo y ella es una mujer tutelada, sin que el Estado reconozca sus derechos como madre.

 

VOLVER A EMPEZAR (HERSELF) (2020). Phyllida Lloyd, la conocida directora británica, continúa su labor de cineasta inquieta abordando historias distintas, con el denominador común de contar con personajes femeninos fuertes y luchadores.

La actriz irlandesa Claire Dunne, que escribe también el guion, es Sandra, una madre con dos hijas que se ve obligada a reinventarse después de dejar atrás una vida al lado de un marido violento. Sandra quiere construir su propia casa, un hogar seguro donde crezcan sus dos hijas pequeñas. Contará para ello con amigos dispuestos a ayudarla, y también con una mujer buena y bienhechora. En ese proceso de liberación-individuación, no sólo reconstruye su vida, sino que también se descubre a sí misma.

La película no entra en la personalidad psicopática del esposo; en vez de eso, pone el foco en la valentía de la protagonista para subsistir junto a sus hijas, y también en las buenas personas que la irán ayudando. De hecho, la película se relaciona con el término irlandés, «meitheal», cuyo significado es trabajo comunal, «cuando la gente se une para ayudarse».

Hay personas generosas que la ayudan de manera altruista. Es sugestivo y entrañable ver en la gran pantalla esta confianza de la madre maltratada en sus semejantes, en este caso para la construcción de su modesta casa.

Es una película que introduce un cambio de perspectiva, como antes decía, presentando a la mujer como luchadora y no como mera víctima. Este cambio de enfoque encaja perfectamente en el tiempo actual de lucha feminista, empoderamiento de la mujer y la necesidad de descartar del imaginario social el concepto de “mujer-víctima”. No olvidemos que es una película hecha por mujeres, Phyllida Lloyd en la dirección y Claire Dunne como la actriz protagonista, guionista e impulsora del emprendimiento.

Lloyd posa su cámara con espontaneidad en el mejor lugar: un rostro, un cuerpo, un detalle preciso. Estupendo el guion cargado de emociones, sentimientos y fundada esperanza.

Tienen gran peso los apartados interpretativos y de puesta en escena que acaban sosteniendo en gran medida la cinta. Gran trabajo de Clare Dunne, de las niñas y de cada uno de los secundarios.

Película con un mensaje de apoyo al que lo necesita, con una comunidad empática y humana que ayuda a la protagonista. Todos finalmente obtienen del intercambio más de lo que han dado. El público asistente también obtiene mucho de esta película.

Más extenso en revista Encadenados.