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Hoy sabemos que la violencia doméstica y de género no puede ser considerada como un fenómeno unitario dirigido exclusivamente sobre la mujer. La violencia de género produce daños o sufrimientos físicos, sociales y mentales en la mujer, incluidos las amenazas, la coerción o la privación arbitraria de libertad. Pero se extiende también el daño a la familia en su conjunto e incluso a la comunidad, lo que incluye el abuso y las agresiones a niños y niñas, así como la enorme angustia que trasladan estos lamentables hechos a los vecinos y a cuantos leemos atónitos las barbaridades que están sucediendo. Hoy, sin ir más lejos, un padre ha asesinado vilmente a su pequeña hija delante de su madre, y esto nos inquieta mucho a todos por su malignidad y perversión.

Si la violencia a la mujer abunda, el maltrato a menores en el entorno doméstico es igualmente más común de lo que se piensa. Siguiendo el postulado del Centro Internacional de la Infancia de París, son actos que privan al niño o niña de sus derechos y libertades, e inciden negativamente en su bienestar y desarrollo integral, causando no pocas veces un intenso sufrimiento cuyos negativos efectos aumentan a medida que la situación se cronifica.

Es evidente para psicólogos, educadores o trabajadores sociales, que el maltrato a las madres es de suyo una forma de maltrato infantil, pues son los niños quienes ven y padecen las agresiones en la pareja, al menos vicariamente. Además, gran parte de los problemas que acaecen a los niños, tienen su origen en las situaciones de tensión y negligencia a los que se ven sometidos por sus progenitores. UNICEF, basándose en la Convención de Derechos del Niño, en su Artículo 19 habla de la protección ante "cualquier forma de violencia física o mental", y determina que hay que considerar maltrato, no solo la violencia directa, sino también los efectos indirectos de la violencia familiar sobre los niños. Los estudios sobre violencia intrafamiliar ponen de relieve los efectos psicológicos adversos que tiene sobre los niños presenciar o escuchar altercados y disputas entre sus padres u otros familiares.

Otrosí digo: en los últimos tiempos se está produciendo una forma de violencia e incluso criminalidad sobre los hijos, generalmente por parte del padre, como forma de venganza hacia la madre en casos de divorcio o desacuerdos.

Para ilustrar esta temática traigo en esta entrega dos películas fuertes y sangrantes, pero buenas. La primera, Custodia compartida (2017), es un thriller terrible que nos presenta un caso de padre peligroso para su hijo, cuando le corresponde estar con el niño. La segunda es La habitación (2015), donde un varón psicópata ha recluido a la madre y al hijo de ambos en un habitáculo difícilmente imaginable.

CUSTODIA COMPARTIDA (2017). Myriam y Antoine Besson se han divorciado; ella solicita la custodia exclusiva de su hijo de corta edad, Julien, para protegerlo de un padre que ella afirma, es de todo punto desaconsejable e incluso agresivo. Mientras, el esposo mira en escorzo junto a su abogada, con cara de pocos amigos. Antoine defiende su caso como un padre despreciado, y la juez sentencia a favor de la custodia compartida.El director Xavier Legrand, en una larga escena inicial de quince minutos sugiere lo que vendrá después. La película está muy bien dirigida y cuenta algo tan común y desgraciadamente habitual como un divorcio y el consecuente proceso judicial para lograr la custodia de los hijos, amén de la violencia y el mal trato paterno-filial.

En el guion del propio Legrand, la trama se desenvuelve de forma progresiva como una historia inquietante que acaba en final terrorífico. Es un relato de sufrimiento, pero mientras que los adultos, léase la madre, la hija (ya mayor de 18 años) o las amigas y amigos son adultos constituidos con sus propias defensas, el crío, vulnerable, queda desolado en la intemperie de su indefensión, al pairo de la brutalidad de un hombre de natural peligroso; rehén del creciente conflicto entre sus padres, el joven Julien se ve empujado al límite

Es buena la fotografía de Nathalie Durand que sabe dar con unos tonos acordes a la trama, a la vez que coloca la cámara en el lugar preciso sin ahorrar primeros planos auténticamente turbadores.

En el reparto están soberbios, tanto Léa Drucker en el papel de madre con escasos recursos que apenas sabe cómo hacer para llevar a buen fin la crianza del hijo menor. Y un convincente y extraordinario Denis Menochet que interpreta con potencia e intensidad el rol de hombre celoso, tirano y psicópata capaz de lo peor.

Es una cinta desapacible, sin licencias afectivas, con un tinte ambiental ceniciento siempre al hilo de la realidad. A medida que avanza la cinta, ésta deviene thriller de pánico. Película que habla sobre el asedio implacable de algunos varones hacia la mujer, algo vergonzosamente vigente que se repite cada día en cualquier país o localidad en las que hombres fríos o enloquecidos asesinan a su parejas e incluso a sus hijos, siendo ejecutores de la venganza más brutal imaginable. La obra transpira verismo e inspira gran empatía por la pobre y aterrorizada mujer y el angustiado niño. Tanto desde el punto de vista del maltratador como del padecimiento de la mujer e hijos, Legrand demuestra su capacidad de sutileza, pero sin apartar la mirada de la difícil materia prima con la que trabaja.

Película de violencia de género de manual, que acaba produciendo en el espectador una gran zozobra. Legrand consigue niveles de extrema angustia al más puro estilo de los cuentos de hadas tradicionales, convirtiendo en un monstruo al padre perseguidor de sus presas, para provocar un impacto inmediato en la sala y exponer sin tapujos esta lacra social tan compleja y tan parecida al viejo cuento del Hombre del Saco. Excelente Ópera prima de su autor.

 

LA HABITACIÓN (2015). Joy Newsome de diecinueve años y su pequeño hijo Jack de cinco, viven en un pequeño cobertizo aledaño al jardín de una casa. Están encerrados en ese recinto desde que nació el niño, cuyo padre, es un tremendo psicópata que pasa esporádicamente a llevarles alimentos y mantener relaciones sexuales con la chica. El hábitat es un lugar con un dormitorio que incluye cocina, retrete, bañera o televisión, capaz de crear un universo de ficción en el niño, y una claraboya inalcanzable en el elevado techo. A ese lugar la madre lo llama eufemísticamente 'La habitación' y si aguanta el tormento es por el amor que siente hacia su hjo.

El director dublinés Lenny Abrahamson monta este su quinto largometraje, una obra intensa que refleja el confinamiento, desde la perspectiva del pequeño Jack, lo que llena de maravilla y ensueño el relato en sus inicios. De esta manera, consigue que lo sórdido y mezquino de la situación quede amortiguado por la esfera de ocultación, imaginación, fantasía y cuentos que la madre le va relatando a Jack para mantenerlo tranquilo y feliz. El guion de Emma Donoghue es excelente; adapta su propia novela, Room de 2010, todo un Best Seller. Como aspecto destacable el guion tiene unos monólogos interiores del niño Jack, que desprenden ingenuidad y una entrañable y trágica inocencia; además, hace un profundo análisis de los personajes. Tiene la trama momentos de infarto.

Muy adecuada la música de Stephen Rennicks, que siendo sencilla, está empleada con gusto y no resulta machacona o pesada. La fotografía de Danny Cohen se adapta a la perfección a las dos diferenciadas partes del film.

En el reparto luce con luz propia en una gran interpretación Brie Larson como Joy Newsome, la joven madre, ganadora al Oscar como mejor actriz, amén de otros premios; un rol dramático llevado al límite del virtuosismo; Larson está inconmensurable. El pequeño Jacob Tremblay resulta maravilloso en el papel de hijo, rol que lleva a la perfección; uno de los mejores actores infantiles que he visto en la pantalla en mucho tiempo y que incluso llega a robarle protagonismo a Larson. Joan Allen muy bien, una interpretación con fuerza, como madre de la hija raptada. William H. Macy, brillante en su breve papel como Robert Newsome. Y acompaña un elenco de categoría.

En esta película no hay grandes travellings ni pretenciosos movimientos de cámara o planos secuencia impactantes. Pero sí tiene un montaje vibrante. Es decir, una gran puesta en escena hecha con un rigor y una austeridad monacal, que dibuja un entorno de desazón y desamparo. Esto, versus la luminosidad de la segunda parte que, empero, alberga subterráneamente un gran torrente de inquietud.

Es una obra que en el fondo significa toda una experiencia para el espectador, que vive el drama y la perfidia de la situación por la que atraviesan Joy Newsome y su pequeño hijo Jack. Conforme visionamos la cinta, sin quererlo, nos interiorizamos de lo que Jack vive, siente y hasta respira. Jack, interpretado por el genial niño actor Jacob Tremblay, sabe trasladar su experiencia al espectador, lo cual que el espectador acaba siendo en cierto modo protagonista de esta siniestra historia. Y ocurre tanto en el recinto de reclusión, como en la segunda parte, cuando una vez fuera de la prisión la reclusión es ya psicológica, la de no poder desprenderse de todo el padecimiento anterior y tener que hacer un esfuerzo sobrehumano, hijo y madre, para readaptarse a un mundo que resulta nuevo para ellos. Por eso La habitación, más que una mera película, es una experiencia única que hay que ver.