La niebla no me dejaba ver los reflejos del río, y mi paseo en aquella mañana resultaba acogedor y borroso. Tomé, a diferencia de otras muchas veces, el camino bordeado de palmeras, un paseo amplio y bonito que tenía a su lado el río.

Me extrañó, me resultó sumamente absurdo que los coches aparcados disfrutaran de la placida vista del río. Yo me tenía que conformar con pasear bajo las palmeras, el río me quedaba separado por una bancada y el aparcamiento privilegiado. No podía comprender aquel paseo que reservaba la mejor parte para que sirviera de apeadero.

Mis pasos me siguieron llevando bajo el débil sol que ya disipaba la niebla, y llegué al puente, nunca me había fijado, y al llegar al centro del mismo, apoyé mis brazos en la barandilla azul. El río se me abría con las primeras luces, y la niebla solo me ocultaba las más lejanas embarcaciones.



A mi derecha una amplia explanada, que servía curiosamente de aparcamiento, me ofrecía un entorno admirable, con los pinos al fondo, la ruidosa carreta suficientemente alejada, y el río arropando el lugar. A mi izquierda el enorme paseo desaprovechado de la ribera, salpicado de coches, sucio y semi abandonado. No entendía como nadie en la ciudad aprovechaba aquellos espacios.

A una escala mucho menor me recordó al puente de Brooklyn, recuerdo mi paseo recorriendo el puente, desde Manhattan, la llegada al barrio, y los amplios espacios verdes en la ribera salpicados de restaurantes, cafés y enormes paseos. Aun así, mi Guadalete me ofrecía mejores vistas, era más familiar y acogedor, pero no entendía que aquel Parque y aquel Puente reservasen los mejores espacios para los coches.

Retorné mis pasos, pero lo hice pegado al río, con la vista en el horizonte. A lo lejos una bella estructura, daba un aspecto hermoso al lugar, el bar de copas podría ser mucho más, arropado por el río y asfixiado por los coches. Los coches,  solo sobraban lo coches, con la de edificios de bodegas abandonados que había, no entendía que hacían los coches ocupando la ribera.

Me senté en un viejo Noray, que hermosura, que paz… miré al río una y otra vez, qué hermoso lugar para olvidar, olvidar y recordar con la paz en el alma y la sonrisa saliendo junto al sol.

Sobre el autor: Paolo Vertemati representa a un personaje ficticio, un extranjero que ha venido a El Puerto de Santa María, y a través de sus capítulos narra a modo novelesco sus sensaciones y experiencias con las tradiciones y la propia idiosincrasia del lugar, con historias entre reales e imaginarias. [Lee aquí los anteriores capítulos]