Mis días seguían marcados por lo desconocido, solo sabía, y tenía seguro que no iría a mi tierra, y que mi hogar ya, el que, por siempre mi hogar, me acogía de forma segura.

Con solo tres a la mesa las normas no me afectaban, pero a los tres nos preocupaba el toque de queda, cosa que se solucionó advirtiendo de que hasta las seis aguantaríamos bien, y además siempre estaba el sofá y la cama de invitados.

La semana se me planteaba dura, cocinando, preparando y rezando para que ninguna mala noticia obligara a un confinamiento absoluto. Todo acompañaba el momento, el frío me obligaba a cubrir mi cuello con la bufanda, mis manos enfundadas en los bolsillos entraban en calor, y mi copa de ese licor ámbar que era como el coñac pero dulce me reconfortaba, se llenaba por segunda vez en aquella mañana.

Desde el trozo de barra que no podía ocupar miraba como el entorno de la plaza recuperaba alegría, y eso me alegró. Las gentes, cargadas de regalos se saludaban como si nada pasara, y por unos instantes me di cuenta de que el mundo seguía girando, nadie diría que una pandemia nos había cambiado la vida.



Cierta melancolía me llenó el corazón, pero sin embargo, me sentía feliz, el calor del bar, la cercanía de la gente y bullicio controlado, todo me animaba, y es que entendí que la soledad no era para mí, una persona solitaria, pero que disfrutaba con esa compañía lejana, con el calor de la gente desconocida a la que nada me unía.

Pedí otro café y saboreé la dulce sensación de aquella bebida, Caballero, creo que se llama, y cuya botella, parecida a una bola de Navidad, me resultó muy apropiada para la fecha. Su intenso olor, junto con el aroma de mi copa me trajo olor a Navidad que me llenó el espíritu.

A pesar del frío, a pesar de la tristeza que nos rodeaba, sentí como si el principio del final de esta calamidad comenzara a andar. Otras cosas vendrían, personales o más populares, pero sentí que, a pesar de las malas noticias, algo cambiaría en estos días.

Quizás fuera yo mismo y mi autosugestión, pero la ilusión por mi privada comida, el compartir con mis dos, más que amigos, familiares cercanos portuenses una cena, y el final del año, me devolvían y me llenaban de una fuerza que me hizo ver todo de distinto color.

Al pagar, un “Feliz Navidad”, dirigido a todos, se me escapó, con una fuerza impropia de mi timidez, pero que me hizo sentir muy bien. FELIZ NAVIDAD MI PUERTO.

Sobre el autor: Paolo Vertemati representa a un personaje ficticio, un extranjero que ha venido a El Puerto de Santa María, y a través de sus capítulos narra a modo novelesco sus sensaciones y experiencias con las tradiciones y la propia idiosincrasia del lugar, con historias entre reales e imaginarias. [Lee aquí los anteriores capítulos]