La lluvia me había confinado en el relajado confinamiento, salir bajo el agua no me importaba, pero al escaso aforo de las terrazas se sumaba un agua que impedía que se abriesen.

La ciudad desierta parecía que era solo para mí, y eso me dio un extraño respeto que me obligó a decidir no salir a la calle. Desde mi balcón traté de pensar y disfrutar de unos momentos que me parecían extraños y lejanos. [Lee aquí los capítulos anteriores]

Lejanos quedaban los días en que, como un novicio, iniciaba mi nueva vida, apenas recordaba aquellos momentos, las ilusiones y la vida sin pandemia. Pensé en mi mala suerte, como la de quienes cargados de ilusión iniciaron negocios al principio del año que termina; pensé en aquellos políticos cargados de ilusión, quizás los menos, cuyos frustrados proyectos eran objeto de burla y escarnio; en quienes firmaron su renuncia adelantando de forma trágica un final que pudo ser bonito y bello; recordé cada historia personal y privada, la más importante.



La lluvia que limpiaba mis cristales y llenaba de vaho mi reflejo me ayudó a reflexionar. Pero todo me conducía hacia el mismo lugar. El vaho sobre el cristal no deformaba la realidad, me demostraba que seguía respirando. En eso momento casi por arte de magia la lluvia dejó de caer, gotas sueltas y retrasadas aparecieron de forma tímida, y al final, frente a mí, dibujando el horizonte una fuerte luz fue cubriendo todo de color.

Un arcoíris me sonrió desde lo lejos, y yo, sin poder evitarlo, me ilusioné de nuevo con mi llegada a El Puerto. Recordé mis primeros días, titubeantes por sus calles, mis amigos, mis salidas nocturnas…. Y el freno, el derrape de una vida que comenzaba a correr y que se vio, de improviso, detenida.

Recordé la imposibilidad de mi huida, a donde, si mi tierra estaba peor. Recordé todas mis ilusiones, a mi mente asomo un cartel que vi hacia pocos días… “Pequeña Italia”, cerca del mercado, en obras aún, y en donde no sé qué instalarían ni si sería de un paisano o un amante de mi país. Pero la realidad era que aun había personas con ilusión.

La pandemia podría llevarse a quienes más quisiéramos, podría robarnos la salud, el tiempo, pero jamás podría robarnos la libertad y la ilusión; mientras, confiáramos en los arcoíris y nuestros sueños… todo saldría bien.

Sobre el autor: Paolo Vertemati representa a un personaje ficticio, un extranjero que ha venido a El Puerto de Santa María, y a través de sus capítulos narra a modo novelesco sus sensaciones y experiencias con las tradiciones y la propia idiosincrasia del lugar, con historias entre reales e imaginarias.