Jesús Barbadillo Angulo (Tribuna libre).- Desde hace varios años la labor del docente se está complicando en exceso, me explico, cuando iniciamos nuestra carrera como maestros, nuestra función consistía básicamente en enseñar o lograr que nuestros alumnos aprendieran, así como la elaboración de algunas programaciones al servicio de su mencionada finalidad. ¡Menuda perogrullada, verdad! ¡A qué se va a dedicar si no un maestro!

Dicha evidencia ha ido quedando envuelta en una maraña de  tareas y tramitaciones burocráticas que absorben lo esencial de su cometido: Interminables documentos  de Evaluación, Informes, Actas de reuniones, Adaptaciones curriculares, Proyecto Educativo,  Memorias, Plan de evacuación...que suponen un esfuerzo cuya eficacia en la mejora de los aprendizajes del alumnado es, al menos, cuestionable. [Madres y padres se organizan por un curso escolar seguro y voluntario]



Esta situación produce un desgaste tal que, en algunos casos, puede llegar al hartazgo. Por si esto fuera poco, la aparición del coronavirus la incrementa aún más con la implementación de medidas para protegernos y la confección de un protocolo entre otras atribuciones añadidas.

Comprendo la preocupación de los padres y madres porque se trata de la salud de sus hijos y la importancia de la colaboración del maestro, pero el docente no es un experto sanitario, ni en cuestiones de higiene y salud, no se debe cargar sobre sus espaldas el peso de tamaña responsabilidad, porque optó por esta profesión con un idea y un cometido bien distinto.