Aunque sí conocía el evento, y a pesar de haber estado muchas veces en España, jamás se me ocurrió ir a un festejo taurino. Desde mi particular punto de vista me parecía algo demasiado salvaje y violento, cruel incluso.

A pesar de ello, mi amigo el bigotes dejó sobre la barra dos entradas, tras un comentario pidiéndome el dinero para pagarlas. Mis escusas intentando evitar entrar en algo que no me apetecía, en algo que quería evitar para no entrar en un debate que consideraba absurdo, fueron inútiles.

La promesa de que si tras el primer toro podría marcharme me dejó más tranquilo, y sobre todo convencido de que así lo haría. Sin  embargo, vivir desde dentro esta fiesta fue algo totalmente desconcertante.

El día en cuestión comenzamos con un almuerzo en los alrededores del coso, en donde desde temprano se respiraba un ambiente festivo, mezclado con olores a desinfectante y ganado que era peculiar y penetrante. Los alrededores eran como una inmensa colmena en donde los zumbidos del ambiente iban creciendo.

Conforme se acercaba el momento, me fui llenado de una extraña sensación entre alegre y luminosa. La entrada en la plaza me recordó a mi tierra, pero en tiempos del imperio, me sentí como transportado hacia un viejo anfiteatro y una sensación de placer me inundo de extraña manera. Mis fosas nasales se llenaron de un peculiar olor indescriptible. Pero la sensación de plenitud que me inundo al acceder a las gradas, el sol, el color, un todo me hizo sentir feliz.

En poco tiempo comenzó la música que retumbaba en el espacio haciéndome cosquillas en el estómago, y entonces, salieron, caballos, hombres vestido de oro, algo que pude ver muchas veces en la televisión o en fotografías, pero que no tenían nada que ver con verlos en vivo.

Pasó el primer toro, y el segundo, y así hasta el final. Comprendí que aquella fiesta era algo más, el ambiente, el color, los sonidos, la luz que desprendía todo…. Y sí… la crueldad de ver a un animal abatido, pero noble, bravo y en una dudosa igualdad con su rival, pero con opción de acabar con la vida de su oponente.

No olvidaré la experiencia, y dudo mucho que vuelva a ir, pero es complicado analizar todo por separado. Nos atrae el riesgo, la incertidumbre, nos envuelve un ambiente insuperable, nos emociona la bravura, y ello me lleva a replantearme la opinión que tenía de esa fiesta.

Comprendí que una tarde de toros es mucho más que ver a seis animales sufriendo, son una parte más de un todo que es difícil de definir, y aunque hay otras formas, y aunque algunos digan que la crueldad es innecesaria, creo que jamás han vivido la experiencia. Eso sí, aunque no entendía si lo hicieron bien o mal, lo que es indudable es que en un par de ocasiones me levante del asiento para aplaudir… aunque no debió ser algo muy bueno, porque la gente me miraba extrañada y nadie más se levantó, pero a mí me emociono, no sé por qué.