Ni en sueños imaginé que aquella ciudad elegida libremente para vivir me diera tanto en tan poco tiempo. Esperaba tranquilidad, sosiego, playas y mar, bullicio en las noches de verano y… todo aquello se olvidaba ahora, después de la paz extrema y del bullicio organizado. [Lee aquí los capítulos anteriores]

Sentado disfrutando de la noche, con la imagen de la otra banda iluminada, miré al Bigotes. Le pregunté qué pensaba de aquello, al fin y al cabo, era mi espíritu crítico, y por supuesto conocedor de esta ahora mi ciudad, y con mas derecho que yo a expresar su opinión, la mía seguía siendo la de alguien que observa desde fuera. No le parecía bien nada de lo que se hacía. Reconociendo los logros pensaba que la prudencia se había perdido, que el rebrote, que desde abril amenazaba con mandarnos a todos al Hades, haría su aparición, y que tarde o temprano, así sería. [Henry Mendez, Juan Magán y El Canijo de Jerez se dan cita este verano en Soko Puerto]



Yo, desde fuera, estaba encantado, sabía que la inmortalidad me quedaba lejana, que los momentos malos habían pasado, y después de vivir lo vivido, sentía una extraña confianza en la medicina y sus profesionales. Tachándolo de agorero me debatí en un duelo dialectico en el que perdimos casi toda la tarde en pro y en contra, a favor de los conciertos y los toros, siempre en favor de la prudencia, y tratando, ambos de alejarnos de la tristeza y la desidia. No llegamos a entendernos y pedimos otro café, al menos en eso coincidíamos, si bien el suyo era más alegre que el mío.

Finalmente, ambos llegamos a la conclusión de que la vida sigue, su derecho a la prudencia, solo de boquilla, y el mío a vivir eran compatibles, el siempre podía encerrarse en casa y huir del peligro, sin embargo, el mío si me imponía el suyo se vería relegado a vivir encerrado sin yo quererlo.

Era difícil que ambos pudiéramos llegar a un punto medio, porque ninguna medida era suficiente garantía de nada, excepto el encierro voluntario. Así que, lo único que nos quedaba era comprar solo una entrada para los conciertos, yo caminaría hacia la extinción, y él se encerraría en su entorno para protestar. Eso sí, a la noria iríamos los dos, unas vistas como aquellas bien merecían el riesgo.