Aquella tarde, como casi todas, su banda de cuero con la enorme chapa lo dotaba de autoridad, su traje de pana y el sombrero eran llamativos, pero a pesar de no pasar desapercibido, cuantas multas no puso contra los infractores.

Entre sus cometidos el cumplimiento de las ordenanzas municipales, el cumplimiento de la moral de época, y, sobre todo, el evitar el contacto físico y los besos en público, nostalgia de muchos, fin de la libertad para otros.

El tiempo pasó, y la nueva normalidad nos devolvió a tan noble cuerpo de vigilancia. Volvían tiempos pasados, las playas, foco de libertinas presencias por fin estarían seguras, y el pecado desaparecería por completo de las doradas arenas.

Un nuevo cuerpo, el de Auxiliares, velarían por garantizar el nuevo régimen. Y solo sería el principio, su valía de seguro que aumentaría sus funciones; en verano, chiringuitos y orillas se verían libres de arrejuntamitos pecaminosos, pero el incumplimiento en terrazas seguro que haría extensivo su control a bares y lugares concurridos.

Aun así, mi pensamiento se centraba en la indumentaria, para el verano seguro que llevarían panameño, camisa guayabera y pantalón corto con bambas, y eso sí, la sempiterna banda de cuero con el rosetón de bronce.

En invierno, supongo que dudarían entre el sombrero de ala ancha y el traje de pana o apostarían por un uniforme más acorde con los tiempos, pero la nostalgia supongo que se impondría. 

Los nuevos tiempos quizás demanden medidas de este tipo, seguramente serán necesarias estas presencias para garantizar el cumplimiento de las normas, de las nuevas normas, y aun así, cómo evitar el comparar el hoy y el ayer, el ayer de una época y el presente de una sociedad que empezó por criminalizar a fumadores y que se arrastra irremediablemente al control de las relaciones sociales.

En zonas sin playa supongo que no lo notarán, pero en El Puerto me imagino las multas por jugar al bingo sin mascarilla con los pies hundidos en la orilla.