Nada es para siempre, y todo volverá a la normalidad tarde o temprano. Muchos consideran que posiblemente nada vuelva a ser como antes, pero la realidad es que no cambia el entorno, cambiamos las personas, y nuestros nuevos comportamientos pueden alterar las circunstancias.

De todos modos algo es innegable, inmutable. Algunas cosas no cambian, y en esta ciudad, a pesar de los gritos de algunos, el turismo es nuestra principal baza.

Algunos claman por apostar no por el turismo, sino por el tejido industrial, claman por la apertura de fábricas, y, aun siendo posible, nada impide en que, aprovechando nuestros polígonos, no pongamos también la vista en nuestro turismo. La cuestión no es desechar un sector para apostar por otro.

Nuestro entorno cultural y nuestras playas son como diamantes en bruto que deben ser explotados, fuentes de ingresos innegables, y que en armonía con un entramado industrial hacen de esta ciudad un enclave privilegiado.

Nuestra historia, nuestros elementos estructurales y nuestras playas nos hacen satisfacer las demandas de quienes quieren más vida cultural e histórica en la ciudad; nuestras bodegas, nuestro río, nuestros polígonos ofrecen la oportunidad a quienes apuestan por recuperar la industria en una ciudad bastante huérfana de ella; y nuestras playas, pinares y campiña, satisfacen los deseos de quienes apuesten por el turismo rural, deportivo o de simple ocio.

Todo ello nos conduce a que todas las opciones pueden satisfacerse. El parón sufrido en estos días sí puede traernos novedades, sobre todo para aprovechar las oportunidades que se nos presenten en cada momento.  De momento y de cara al verano, el reinventarnos debe servir para poner a prueba nuestra capacidad de superarnos, y el turismo que viene de seguro que será genial.