Quizás sea el mínimo de los problemas, siendo el mayor para quienes viven de ello, puede que para algunas personas otros sectores, consecuencias o cambios sean mucho mas importantes.
En el mejor de los casos, emociona mucho más un alta, un buen dato o esos pequeños detalles. Y sin embargo, bares… qué lugares. En todas sus formas, del restaurante al gastrobar, del bar de copas al tabanco, de Cádiz a Bilbao, en toda España estamos inundados de ellos.
Volverán, olvidaremos el miedo, y terminaremos antes de lo que creemos apretados casi sin poder movernos pasando tapas entre las primeras filas, pero de momento, la vida nos conduce hacia otro tipo de bar.
Se habla de limitar el tiempo, 30 minutos en bares y 90 en restaurantes. La medida será necesaria, no lo sé, y aun así, mientras dure perderemos lo más importante de un bar, la vida social, las interminables horas acompañado o a solas en sesiones de terapia con el amigo o el mismo camarero. Que será de las partidas de mus y dominó, y aun así en los momentos más duro, cuando nos rebelemos por el sacrificio, que a veces consideraremos absurdo y estúpido, deberemos volver la vista atrás.
Deberemos acordarnos de lo que vivimos, de lo que al parecer estamos terminando de vivir. Confinamiento, separaciones, dolor, impotencia, sentimientos a flor de piel. Cuando la desesperación por la salida del Sol con restricciones nos lleve al enfado, cuando añoremos aquellos maravillosos años, pensemos en el paréntesis de nuestras vidas, dejemos que el tiempo vaya colocando todo en su sitio, de modo que poco a poco lo vivido se vaya difumando en nuestros modos de vida, hasta que desaparecido del todo, solo el recuerdo de todo, sea eso, un recuerdo, mal recuerdo, al que jamás queremos volver.
Bares, qué lugares, tan gratos para conversar, no hay como el calor del amor en un bar.