Un nuevo domingo, monótono y largo como ninguno, pienso en que hubiera sido mejor, y desecho la idea. Salgo al balcón, y justo debajo encuentro a mi amigo y confidente, pasea con las manos en los bolsillos hacia ninguna parte… lo llamo y lo invito a subir, qué más da ya todo. [Lee aquí los capítulos anteriores]

Solicito atiende a mi llamada, y franqueada la entrada sube hasta mi caso, en cuya cocina, y respetando un absurdo metro de distancia, compartimos una taza de café. Su cara es una mezcla de tristeza y ánimo que me invita a preguntar. El confinamiento ni le afecta más ni menos, pero teme el regreso, el regreso a una vida en donde su día a día se veía alterado por pequeños contratos en el sector de la hostelería.

Sus deudas con la Seguridad Social, casi tan antiguas como él, le impiden tener una paga, a la que, por su edad, podría tener derecho. La caridad de su familia, y los pequeños trabajos esporádicos son los que le sacan adelante.

Le tranquilizo, al fin y al cabo, la normalidad retornará tarde o temprano, a lo que me alega un y mientras… un y mientras que flota en el aire. No entiende que su sacrificio obligatorio, su confinamiento forzado su vida en sí, quede suspendida en el aire.

Como siempre, sus reflexiones populares y carentes de sesudos estudios, basadas en una empírica vida, sean de una aplastante lógica. Me dice no entender nada. Mientras empresarios ofrecen ayuda, renuncias a beneficios, mantienen sus puestos de trabajo; mientras autónomos se enfrente a una incertidumbre, privados de sustento, cobrándoles hasta la última peseta, con falsas ayudas que no llegan o se les niega; mientras que el pueblo ayuda en lo que puede a sus vecinos; mientras todos se sacrifican en mayor o menor medida; mientras forzados todos se ven obligados a renuncias de derechos y libertades; mientras todo eso ocurre… aún hay gente que nos dice qué debemos pensar, qué no debemos decir, nos piden confianza, esfuerzo, sacrificio, renuncias… y mientras tanto, esas mismas personas no ven mermados sus derechos, blindados en sueldos y dietas no renuncian absolutamente a nada, mientras todo se detiene, fuerzan una maquina que agoniza para proteger sus sueldos… y sus votos, sobre todo sus votos remando a golpe de látigo hacia la garantía de sus votos, poniendo zanahorias frente a los galeotes de un país con falsas promesas.

Trato de explicarle que todo es más complicado, trato de transmitirle confianza en unas personas que seguramente solo quieren la recuperación de un país. Al final, termina su café, me mira y solo me dice… ¡hasta esto que hacemos es delito!, diga lo que le diga, su conclusión es solo una. Como siempre, el pueblo jodido para que algunos mantengan sus privilegios a los que no renuncian ni renunciarán.