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Hoy toca hablar de antibelicismo, lo cual en cierto modo es hablar de pacifismo, oposición a la guerra y a otras formas de violencia injustificada. Un “no” a la violencia para este nuevo año que asoma, que paren guerras y enfrentamientos. Una violencia que viene expresada a través de movimientos políticos, religiosos, por intereses económicos o por razones espurias.

No me cabe duda que cualquier persona de bien es de natural pacífica, o sea, en contra de la guerra. Incluso lo son, así lo he constatado, la gran mayoría de los militares. De hecho, el análisis que haré en estas líneas de cine habla de un antibelicismo frente a litigios y confrontaciones que trajeron al mundo mucho más dolor que gloria. Aunque como autor de estas líneas, tampoco quiero parecer ingenuo o desconocedor de la realidad humana, al contrario. Como reza el dicho latino que escribiera Publio Terencio Africano: Homo sum, humani nihil a me alienum puto” (“Hombre soy y nada de lo humano me es ajeno”).

Lo primero que quiero decir es que la pulsión agresiva está en todos nosotros. Y que desde luego cabe admitir como algo legítimo el uso de la fuerza para defendernos frente a amenazas externas y para la protección de nuestros hijos, familiares, compatriotas o afligidos que en el mundo hay. Esta verdad ya la vieron hace años etólogos como Konrad Lorenz o el conocido psicoanalista Erich Fromm, cuando diferenciaron un tipo de agresividad de carácter defensivo, la cual es natural, legítima y necesaria para la supervivencia (para cuidar la progenie, el territorio, etc.); y en oposición, lo cual es propio de los humanos (no de otras especies animales) una forma de agresividad “maligna” y destructora, de todo punto execrable pues sólo persigue la muerte por la muerte, la destrucción o la tortura.

En este año digamos con fuerza: ¡Fuera a la violencia irracional del mundo! ¡No a las guerras donde mueren tantos niños y civiles inocentes! Y un ¡SÍ a la paz entre las gentes de buen corazón!

Atibelicismo en el cine: el deseo de paz para el 2020

En la segunda mitad del pasado siglo hubieron guerras (Vietnam es un claro ejemplo), que a nada condujeron salvo a una riada de sangre y fuego sin solución de continuidad, sin atisbo de fortuna y ni siquiera asomo de triunfo final. Tomando el caso Vietnam (habría otros en Oriente próximo, etc.), todos sabemos que ésta fue una guerra controvertida y confusa que suscitó muchas protestas y rechazo en los EE.UU. y fuera de él. No había una idea unánime sobre lo que significaba luchar y morir en ella.

Viniendo de aquellos tiempos, Stanley Kubrick denunció la sinrazón de la guerra, la arbitrariedad de los regímenes militares y la locura consustancial a una realidad de soldados obligados a inmolarse o padecer graves secuelas de por vida, por no se sabe bien qué ideales. Así, una de las películas que traigo hoy a propósito de este capítulo es otro hito de la cinematografía de Kubrick: La chaqueta metálica (1987), centrada en la guerra de Vietnam. La segunda obra, igualmente un icono del cine moderno es de Terrence Malick, su título, La delgada línea roja (1998), prodigiosa película antibélica centrada en la batalla de Guadalcanal, con profundos elementos para la reflexión.

La chaqueta metálica (1987).

LA CHAQUETA METÁLICA (1987). Film crudo, muy crudo. La obra se divide en dos partes: la instrucción de los marines y la guerra en sí. La primera parte se desarrolla en la escuela militar para Marines de Parish Island, una escuela infernal donde se reduce la voluntad individual a su mínima expresión. El sargento Hartmann, hombre implacable es el encargado de endurecer el cuerpo y el espíritu de los reclutas para que puedan defenderse y matar. Un período duro y de lavado de cerebro de los jóvenes antes de ser nombrados marines.

La segunda parte es la llegada a Vietnam y al frente de batalla. Allí les espera la disyuntiva de matar o morir, con alta probabilidad de caer heridos. A no ser que se tuviera suerte, y entonces sólo cabía dar gracias a Dios por seguir respirando. Vietnam, otra cultura, otra geografía y otra lengua: gentes y costumbres que los soldados USA no entienden y que viven de manera deshumanizada, aprovechando la prostitución barata o matando desde los helicópteros a mujeres y niños.

Kubrick rueda la guerra no en el Vietnam conocido de la jungla vegetal, sino en un paisaje urbano lleno de edificios de cemento semiderruidos y miles de disparos en las paredes. Al final, una de esas balaceras atronadores resulta que tenía como objetivo a una pobre muchacha vietnamita francotiradora, a quien acaban matando con saña: ¡toda una metáfora del poderío norteamericano! Kubrick vuelve a ser grande con escenas de pavor y dando una visión exacta de la barbarie de un militarismo irracional y de una contienda loca.

Pone además el énfasis en el lado más frágil: los pobres soldados yanquis, la mayoría muchachos negros e hispanos, que son los que mayormente se alistan voluntarios a los marines; carne de cañón. Con un elenco que hace creíble cada escena que interpretan, Kubrick ofrece una visión descorazonadora sobre el ser humano y la sinrazón de la guerra. Esta película está considerada una de las cinco mejores películas bélicas (mejor antibélica) de todos los tiempos.

 

La delgada línea roja (1998).

LA DELGADA LÍNEA ROJA (1998). Película sobre el disparate de la violencia armada. Recuerda la dicotomía freudiana entre “instintos de vida” e “instintos de muerte”. Las dos grandes pulsiones que rigen la existencia del hombre. Y la necesidad de recuperar la cordura para impedir que la ‘muerte’ venza a la ‘vida’. En un discurso reconcentrado e introspectivo, Malick muestra el sinsentido de la beligerancia. Guadalcanal, II Guerra Mundial, la conocida batalla de los americanos contra los japoneses, 1942, centenares de bajas en ambos bandos.

Los soldados americanos no entienden bien por qué están allí, por qué deben matar a otros seres humanos; y el miedo a morir por nada los asola y entumece sus espíritus. El reparto es magistral y único: Sean Penn, Jim Caviezel, Nick Nolte, George Clooney, Woody Harrelson, John Cusack, John Travolta y más, todos actores de primerísimo orden en un trabajo coral superlativo.

Montaje genial y un estilo de narración reposada, planos largos, mucho detenimiento en la naturaleza, los contraplanos con el sol o el contacto con los aborígenes y la frondosa vegetación. Música casi inaudible, como la seda, de Hans Zimmer. La película transmite sentimientos muy intensos, invita a pensar y a deliberar sobre aspectos que rozan lo trascendente.

El efecto destructor del mal y el sufrimiento de la guerra que nadie puede entender mínimamente. Nadie sabe qué valores defienden, a quien beneficia, qué es eso del patriotismo que avala tanto desatino y falsedad. No es una película fácil, se parece a un mal sueño. Película que provoca desaliento y fatiga, o suscita el fervor más entusiasta. Cine de lujo, un clásico, una obra maestra del cine antibélico, cine serio, porque la vida va en serio.

 

Una reflexión final. Sería deseable, como en alguna ocasión advirtiera Umberto Eco, que la sociedad llegara a un punto en su evolución cultural, que considerara la “guerra” como un tabú, como algo universalmente prohibido. Que el mundo sintiera la guerra con un rechazo visceral, incrustado en nuestro ADN, acordado en nuestro inconsciente colectivo, como lo son el tabú del incesto o del crimen. Pero debemos estar prevenidos de un riesgo enorme que ya advirtió el filósofo y novelista Albert Camus: “Cuando estalla una guerra, las gentes se dicen: ‘Esto no puede durar, es demasiado estúpido’. Y sin duda una guerra es evidentemente demasiado estúpida, pero eso no impide que dure.

La estupidez insiste siempre, uno se daría cuenta de ello si no pensara siempre en sí mismo”. Escribió esto en su famosa obra “La Peste”, pues las guerras, como las plagas nadie las quiere ver, pero están y se propagan con enorme rapidez. El ser humano no será libre mientras haya guerras. Las guerras funcionan como las plagas. Pero las personas, sobre todo las engreídas y autocomplacientes piensan que las guerras son imposibles. Por eso continúan haciendo negocios, programando vacaciones y opinando que los enfrentamientos armados son un mal sueño o que sólo ocurren a los demás, sin imaginar siquiera en el peligro que corremos ‘todos’. La estupidez es tozuda.