Sin buscarlo, allí estaba. El bigotes me dijo que aquella era una buena zona, aunque a mí, que a las cinco de la mañana los camiones de limpieza y los de reparto me sirvieran de despertador no me gustaba nada. Aun así, aquel edificio, no cercano, pues estaba casi encima del mercado, me gustaba.

Si algo era céntrico era aquello. Me dijo que los bajos eran una antigua zapatería, León, pero que ahora era Noel, que era León al revés. Me sorprendió que a aquellas horas, inundadas de cerveza tuviera agilidad mental, pero tras pararme a pensar, era verdad, Noel era León al revés. Quizá Papa Noel era también un juego de palabras. Aun así, aquel edificio nada indicaba su relación con el rey de la selva o con él, para mí, mayor exponente de la Navidad. El ruido no era problema.

Seguimos paseando por los alrededores, y la imagen de una enorme iglesia me hizo pensar estar en el cogollo de toda la ciudad. Con suerte, a los pocos días de mi llegada, quizá tuviera la suerte de tener una casa decente, vivir de hoteles no era buen sistema. Por otro lado, la hora, más cercana a la hora de levantarse que para ir a dormir nos hizo intentar localizar un lugar para tomar algo de desayunar.

Poco después de aquello, y animados por la presencia de algún que otro comerciante, decidí vivir mi primer amanecer en la ciudad. Los colores anaranjados teñidos por las nubes me resultaron acogedores, y entre las sombras, los edificios de la zona me resultaron incluso nobles y endiosados. Las ciudades, con los colores del amanecer, resultan frescos y acogedores, y El Puerto, sin recurrir a las hermosas playas, en donde los amaneceres nada tenían que envidiar al atardecer no podía ser menos.

Sin saber por qué, o sabiendo que toda la cerveza pedía paseo, tomamos una calle en dirección a la salida de la ciudad. Poco a poco nos fuimos acercando unas afueras tan cercanas que parecían estar al lado. Y antes de que nos diéramos cuenta, entre juegos de palabras, andábamos en dirección a la lejana feria, y aun quedando mucho para mayo, fuimos buscando alguna venta que nos diera de desayunar.

Del mundo de piedra pasamos al mundo del trigo ahora ocupado por urbanizaciones. Mi mente solo pensaba en la zona en donde viviría, mientras que la de mi amigo el bigotes pensaba en el coñac que se pensaba tomar con el café. El sol ya dominaba los campos que aun quedaban, que ciudad más…. no sé. Con solo andar un poco, solo un poco, ya estaba oliendo a campo, sin ruidos, sin murmullos, con una luz de cálido placer inundándonos. Cerré los ojos y trate de imaginar aquello en los años anteriores a mi llegada, un enorme cansancio me invadió, y sin quererlo, me senté al borde del camino, apenas avanzábamos, y aquel recodo que se nos abría en el camino, con una especie de homenaje a una imagen me invitó a sentarme, desde allí, mire hacia la ciudad y entonces lo vi todo claro…