Tribuna libre.

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Daniel Bastida (Desde la pasarela).-Ya se prepara El Puerto para lo que será un período de intensa actividad litúrgica y exaltación confesional donde se conmemora la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús de Nazaret. También es tiempo para que los acólitos compren el cartucho de pipas y hablen en voz alta durante el transcurrir del paso de Cristo, el de palio y el de misterio al son de la música de las procesiones que caminarán solemnemente por el callejero portuense. Y es que por desgracia, año tras año, algunos desfiles procesionales se están convirtiendo cada vez más en espectáculo para el desagrado de los muchos creyentes que piensan que se está confundiendo la religiosidad con la fiesta popular.

Fue el Concilio de Trento el mayor impulsor de esta manifestación religiosa en el que se dio un inmenso valor a las imágenes frente a la "iconofobia" del protestantismo. Actualmente es muy distinta tal como fue concebida entonces, siendo la Semana Santa en España -que es el único país en donde se celebra con procesiones públicas de imágenes, que recrean la pasión de Cristo- una fiesta con un relieve muy particular y original, que sobrepasa el sentido estrictamente religioso para invadir el terreno del arte, de la música, del folclore popular; y, más modernamente, el de la hostelería y el turismo.

Para desconsuelo de las turbas virtuales, no vamos a entrar en debates sobre si las procesiones que durante este tiempo se desarrollan en las distintas provincias españolas son Folclore y no sentimiento religioso, no obstante cumple con las características que tiene el folclore pero folclore entendido desde el punto de vista religioso. Por otro lado, en este sentir devoto son muchos los que con frecuencia, con demasiada frecuencia, se les llena la boca de purismo, de actividad cofrade, de vida interior, de fe, de... pero en el fondo, lo único que les preocupa es el espectáculo, la parafernalia y el atrezzo. Si hay algo indudable es que al final es sorprendente, raro y folclórico visto desde fuera. Es lo mismo que podemos pensar de quienes se crucifican en Filipinas o de quienes van de rodillas al santuario de Fátima.

Nunca he sido partidario de pasiones excesivas por nadie ni por nada y siempre me ha sorprendido que la gran mayoría de esos "apasionados" creyentes jamás participan en actos litúrgicos cofrades o eclesiales y, por regla general, suelen ser críticos con la jerarquía, a la que muchas veces dicen no reconocer; sin embargo siempre están allí para mover imágenes, ponerles flores o cualquier otra pompa relacionada con la imaginería religiosa. Pero también tengo claro que hay quienes se preocupan de poder compartir con el resto de personas su fe, procurando hacer ver que los desfiles procesionales sean lo más serios posibles cuidando muy mucho las formas evitando en la mayor medida la ostentación. Y malo cuando llegue el momento que dejen de hacerlo porque posiblemente esto se acabará; se marcharán y tras ello se baje el telón.