El Puerto encierra rincones que desconocemos, que ni ponemos en valor ni imaginamos que existe. Sin embargo, ni están tan olvidados ni abandonados.

Si uno se acerca al Matadero viejo, o a Poniente -que seguro que ahora mucha más gente conoce aquella zona por el restaurante que por los monumentos– y busca el río, se encuentra con una pequeña bajada que le lleva a un camino entre esteros.

La calma se rompe solo por el murmullo de los coches que cruzan el puente sobre el Guadalete, el cual nos queda a nuestra espalda. Delante de nosotros se nos abre una enorme extensión entre tierra y aguas que, curiosamente, no suelen oler mal.

Con más valor que ilusión, uno se adentra en el camino que flanquea el propio río, por parte y parte, y se aventura en una larga senda que poco a poco, y alejada del ruido, nos sumerge en las maravillas de esta ciudad.

En los días buenos, donde el Sol reina, las aves y los flamencos se dejan ver en las cortas distancias. Nadie se piensa estar en una ciudad llena de problemas y dificultades, y se pregunta porque los pies, llenos de barro, no tienen una pasarela para pasear, o porque la soledad, tan apreciada, no está llena de gente con la que al menos cruzar un saludo.

La quietud y la paz ya no se rompe con murmullos de coches, y solo el trote de los perros acompaña al paseo. Se sigue avanzando por los casi seis kilómetros que nos acercan a la circunvalación, mirando mas marismas a la derecha, y el polígono industrial a la izquierda, No muy lejos, la sierra de San Cristóbal se lamenta de no poder darme la mano. Quedan dos opciones, o desandar lo andado, o saltar a la circunvalación y volver a bajar por el camino que bordea el polígono y el pequeño bosque abandonado, y que casi nadie sabe que existe, y que bordea todo el polígono.

El paseo ha sido placentero, lleno de experiencia que ya no me sorprenden, porque en esta ciudad no sorprende lo que tenemos, sorprende quizás el abandono, el empecinamiento en encorsetar cualquier idea, y sobre todo el desconocimiento de quien no ha jugado cazando ranas en los charcos que había junto a la vía cuando el Tejar tenía solo maíz, vacas y la venta del Mantequita.