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La cinematografía universal ha ido produciendo desde los primerísimos años cuarenta, una tradición de películas cómicas y cáusticas a la vez, alrededor del nazismo y de su vigorosa y grotesca parafernalia.

Películas como El gran dictador (1940) de Charles Chaplin (“Demokratia schtunk!”) que retrata a Hitler como un payaso rodeado de sabandijas y borracho de sus propias fantasías de dominio mundial (abajo hablo de esta película). Ser o no ser (1942) de Ernst Lubitsch (“¡Heil, yo mismo!”), una de las parodias antinazis filmadas más lúcidas que se conocen. El rostro del Führer (1943), donde el Pato Donald se despierta en la Alemania nazi convertido en miembro del Tercer Reich. La vida es bella (1997) de Roberto Begnini, un padre prisionero en un campo de exterminio nazi hace todo lo posible por hacer creer a su hijo que todo cuanto allí sucede no es más que un juego. Así como Ha vuelto (2015) de David Wndent, sátira sobre la problemática relación de Alemania con su pasado, donde la premisa es que Hitler vuelve a la vida en 2014.

La cuestión es si es lícito o sirve para algo hacer parodia del personaje y el acontecimiento más criminal por el que ha pasado la humanidad, tal Hitler y el Holocausto. Por ejemplo, a Lubitsch (nacido en Alemania y judío) se le recriminó hacer humor con el sufrimiento de los polacos (uno de los personajes que quiere hacerse pasar por un coronel nazi, dice: “nosotros ponemos la concentración y los polacos ponen el campo”).

El propio Chaplin afirmó en su Autobiografía de 1964 que, de haber tenido noticias de los campos de concentración, no habría rodado su película (“No podría haber hecho humor a partir de la locura homicida de los nazis”). Por el contrario hay quienes admiten que estas películas usaron el humor para quebrar la mítica aura de omnipotencia de Hitler.

Históricamente, después del final de la guerra las representaciones cómicas de Hitler se convirtieron en tabú, dando paso a películas más realistas y dramáticas. Posteriormente, transcurridos los años, aparecieron filmes como el de Mel Brooks (también judío), Los productores (1967), de dos empresarios teatrales que deciden recaudar fondos para financiar una obra musical llamada ‘Primavera para Hitler’. La película ganó el Oscar al mejor guion y en 2001 volvió en forma de musical consiguiendo el récord de premios Tony (12) y justificando un remake en 2005.

Han habido más producciones como Mein Führer (2007) de Dani Levy o Mein Kampf (2009) de Urs Odermatt; ninguna de ellas exitosa. Y de últimas tenemos Jojo Rabbit (2019), la triunfante película del talentoso neozelandés Taika Waititi, basada en la novela de Christine Leunens “El cielo enjaulado” (también comento ahora esta cinta).

En suma y para cerrar esta introducción que ya se hace extensa, cada cual habrá de decidir o argumentar su opinión sobre la decencia de hacer reír con aquello que fue la mayor tragedia humana. Quizá el humor tiene patente de corso, tal vez la risa goza de un permiso especial; e incluso puede servir de lenitivo, de calmante contra la barbarie. Por ahora mi cometido es decir lo que hay para que cada cual reflexione y decida su parecer y posicionamiento.

 

JOJO RABIT (2019). Jojo "Rabbit" Betzler (Roman Griffin Davis) es un expresivo y solitario niño alemán cuyo padre está ausente y que pertenece a las Juventudes Hitlerianas. La falta de padre y su afición nacional-socialista promueve la presencia imaginaria de un amigo invisible, nada menos que el propio Hitler (Tika Waititi). Jojo cuenta siempre con su amantísima madre Rosie (Scarlett Johanson), que lo apoya y hace todo por protegerlo. Jojo ve tambalearse su mundo nazi cuando descubre que su madre ha escondido en el ático de su casa a una muchacha judía (Thomasin McKenzie). El pobre niño se irá dando cuenta poco a poco de lo erróneo de su ofuscada vocación antisemita e irá comprendiendo también la irracionalidad de la violencia y la barbarie de la guerra.

Magnífica la música de Michael que acompaña el relato con notable afinidad y sintonía, a lo que cabe añadir un prólogo y un epílogo sorprendentes. Efectivamente, los primeros minutos del film son alegres y suena el “I wanna hold your hand” de los Beatles; podemos ver a los fans, el bullicio... Y en el epílogo, justo al final del film, se escucha cantar a David Bowie su emotivo “Héroes”.

Por su temática, la cinta es una comedia tirando a blanca. Apenas hay risa cruel, más bien aparece la pantomima con una pizca de melodrama. Waititi ha sabido componer una sátira sobre los afectos que los niños crean en su fantasía, sólo que en esta ocasión el personaje fabulado es nada menos que el Führer. Tiene la historia momentos brillantes, como cuando van al campamento de las juventudes hitlerianas, las pruebas a que son sometidos los niños, los ridículos y obtusos mandos y la entrañable amistad del protagonista con Yorki, el niño gordo del escuadrón. Waititi dirige con gran acierto y es a la vez el autor de un guion que nos mantiene atentos a los acontecimientos. Una cinta que describe en un tono naíf y perspicaz la entrada en la edad adulta de un crío que está viviendo sin saberlo los estertores del nazismo en Europa y que tiene la firme convicción de que los judíos son seres monstruosos, desfigurados y que merecen morir.

En el reparto, Waititi interpreta al Hitler imaginario: brillante gestualidad física y tonalidad de voz que utiliza a modo de sarcasmo sobre la forma bufa de las cualidades nazis. Está gloriosa también la madre del niño, la bella y destacable Scarlett Johanson; bonita y tierna siempre muy pendiente de su hijo, de que no le pase nada. El niño Roman Griffin Davis hace un memorable papel, convincente y acertando al transmitir el papel de un niño aleccionado y filonazi, pero que a la vez va descubriendo la farsa en la que está envuelto. La muchacha judía es una especie de metáfora de Ana Frank interpretada de forma brillante por la bonita actriz Thomasin McKenzie, que acabará celebrando con el niño Jojo el final del nazismo. Acompañan de forma genial un Sam Rockwell pletórico como oficial nazi decepcionado, tuerto, bebedor y con tendencias homoeróticas; la aguerrida Rebel Wilson con enorme metralleta en mano en defensa de Alemania; y el niño debutante, Archie Yates, inolvidable en su papel de Yorki, el niño ‘nazi’ rollizo y mofletudo.

Puede decirse que es una película interesante y pedagógica, con chistes insolentes y excelente montaje musical. Tiene también con un aliento humanista melancólico y emotivo. Acierta a mostrar cierto poder redentor del humor y su capacidad para desnudar la tiranía, disfrazada tantas veces de ideal salvífico.

 

EL GRAN DICTADOR (1940). Un pobre barbero judío combatiente en la Primera Guerra Mundial vuelve a su casa años después de finalizada la contienda. Amnésico por un accidente de avión, no recuerda su vida pasada y no conoce la situación política actual del país donde Adenoid Hynkel, un dictador racista, se ha hecho con el poder y ha iniciado la persecución del pueblo judío, a quien considera causante de crisis que vive el país. De forma paralela, Hynkel y sus colaboradores están preparando una ofensiva militar para conquistar el mundo.

En plena guerra en Europa (EE.UU. todavía no había entrado en la guerra) Charles Chaplin firmó esta invocación antifascista en forma de parodia. Película dirigida, escrita, protagonizada y producida por él, incluso compuso la música junto a Meredith Willson.

Esta cinta es ya un icono en lo artístico y como comedia; obra de enorme éxito. Además, es notable su invectiva contra el nazismo, el antisemitismo y la intolerancia. Fue la primera película plenamente sonora de Chaplin y sin duda su trabajo más serio, humano y trágico… a pesar del humor de que hace gala.

Además, cuando Chaplin interpreta al Führer, es un momento en que la voz del gran cómico eleva a su máxima cota el valor de la comedia. Filme soberbio e incluso la película “más trascendental jamás producida”, según Bosley Crowther, crítico de The New York Times.