Si no teníamos suficientes causas para estar divididos, la ineptocracia actual nos enfrasca en una nueva lucha. Ahora se abre el frente: o eres propalestino o eres un inhumano insensible y antisocial que merece ser eliminado. Las minorías ruidosas se han hecho con la calle, y quien, debería ser presidente de todos los españoles, pone en boca de todos que se siente orgulloso de la violencia callejera. Un acto impensable: independientemente de que, como persona, lo aplauda, como mi presidente —por suerte o por desgracia— no puede decir semejantes burradas que nos afectan a todos. Al respecto, cada cual puede pensar como considere oportuno; yo tengo mi idea y mis dudas, y cada cual las suyas.

Palestina está gobernada por Hamas, un grupo terrorista que aprendió que es mejor tener la cara A y la cara B; o sea, por un lado tiene un partido político que gobierna y, por otro, toma rehenes, comete atentados y está en guerra con Israel. Cada bando tiene sus partidarios, algo totalmente legítimo y lógico; y dentro de esa lógica no se entiende que, en una zona ocupada, en pleno frente de guerra y totalmente en ruinas, se saquen constantes fotos de civiles deambulando por calles ya machacadas…

La cosa no termina aquí. Han conseguido que una parte del mundo se ponga de su lado, algo que suele pasar con quienes emplean la violencia para hacerse escuchar: gente provocadora que boicotea y vandaliza. ¿Tan escasa es su razón que necesitan ser violentos para hacerse oír? En un mundo apesebrado —algo que no es exclusivo de España— no es de extrañar que quien nada tiene que hacer pierda el tiempo manifestándose y organizando excursiones en barco. Todo tendría un lógico sentido; sería incluso, de algún modo, entretenido en una sociedad polarizada, pero hay algo que es una insensible cabronada: actos cínicos y crueles que merecen el más absoluto de los reproches. Hay que ser muy… Lo más rápido sería decir “hijo de la gran puta”, pero es mejor usar la palabra “cruel” para calificar a quienes llaman “nazi, genocida” a todo un pueblo que tiene familiares con un número tatuado en el brazo.

Genocidio es entrar en un pueblo del Congo y, en nombre de Alá, matar a todos los cristianos —hombres, mujeres, niños o ancianos—; pues Hamas, creen, aspira al exterminio —exterminio, aniquilación, genocidio— total de los infieles. Genocidio es desplegar una fuerza armada en un concierto, ametrallar a todo ser humano en nombre de la yihad y del exterminio de los judíos para “liberar” Jerusalén, y tomar a los supervivientes como rehenes, humillarlos ante la prensa mundial y vanagloriarse de ello.

Emplear con tanta frivolidad la palabra “genocidio”, usarla contra personas de un pueblo que sufrieron hace menos de cien años, es de una crueldad extrema. Llamar genocida a quienes observan cómo, cada día, una organización terrorista asesina a judíos porque pretende su exterminio es ilógico; y luego escuchar a un palestino en Barcelona diciendo que “se lo merecen” por ocupar una tierra que no es suya raya en la más absoluta de las incongruencias.

Ninguna guerra es buena, pero existen, y en todas habrá bandos y muchos tomarán partido. Ver a mi presidente —pues es el que tengo— llamar genocida a un pueblo que no solo sabe, sino que ha tenido a toda una generación al borde del exterminio, raya en lo innombrable.