Nací allá por los lejanos años sesenta, y la ciudad, llegando al final de la década, rozaba los cuarenta mil habitantes. En aquellos tiempos, al llegar a los Jesuitas, parecía que el mundo se acababa, y la Casa Cuartel marcaba el límite del más allá. [El Puerto supera los 90.000 habitantes y consolida su crecimiento histórico]

La población crecía en los veranos —no en habitantes, sino en visitantes— alcanzando cifras que hoy nos sorprenderían. Poco a poco, la ciudad fue extendiéndose, transformándose, y yo fui viendo pasar las décadas con aumentos poblacionales que marcaban un nuevo rumbo. Al filo del milenio ya éramos casi sesenta mil, el viejo cementerio de los ingleses había desaparecido, Costa Oeste era prácticamente una nueva ciudad y la cultura de la “parcelita” se había adueñado de buena parte de las antiguas tierras de cultivo.

Que hoy hayamos alcanzado los noventa mil no debería sorprendernos, viendo cómo hemos evolucionado en las últimas décadas. Si en aquellos lejanos veranos de los setenta la población flotante casi duplicaba a los residentes, ahora volvemos a rozar ese mismo escenario. Llegar a los noventa mil, acercarnos ya a los cien mil, y además tener capacidad para acoger casi el doble, requiere atenciones especiales.



Los servicios deben adaptarse a esas necesidades, porque no se gobierna una ciudad de tan solo noventa mil censados y residentes plenos. Sin cifras exactas en la mano, me pregunto cuántos foráneos tienen hoy segundas residencias en toda la ciudad. Si antes el objetivo era Valdelagrana, Vistahermosa o Costa Oeste, ahora el propio centro histórico se ha convertido en un atractivo indiscutible. Esa población fija discontinua —que también paga impuestos— necesita de los mismos servicios que reclamamos los residentes habituales.

Y si a esa población “fija discontinua” le sumamos la que se incorpora en determinadas fiestas y épocas del año, nos encontramos con una cifra sustancialmente superior a la oficial. Sin embargo, los fondos que recibe cada ayuntamiento del Estado se reparten en función del padrón, un sistema que hoy se ha quedado caduco. Porque nuestra densidad demográfica real no es de noventa mil, sino mucho más alta, teniendo en cuenta a esos residentes parciales y a la población vacacional.

Aun así, y pese a las dificultades que supone gestionar tanta gente, no me cabe la menor duda: vamos camino de los cien mil. Una cifra muy lejana a los cuarenta mil gatos que éramos en los setenta. El Puerto, mucho antes de sus actuales títulos, ya era El Gran Puerto de Santa María.

Y si a alguien le desagrada —como es natural y democráticamente correcto— siempre tendrá a su alcance la llamada España vaciada, moldeable a su medida. Yo, por mi parte, me quedo aquí, esperando a los Cien Mil Hijos de San Facebook.