José María Rodríguez.- En estos días de junio, muchas ciudades de la provincia de Cádiz se tiñen de colores arcoíris. Las banderas ondean en fachadas institucionales, los escaparates se llenan de mensajes multicolores, y en redes sociales proliferan las muestras de apoyo al colectivo LGTBIQA+. Y, sin embargo, cada vez son más las voces críticas que alertan de lo evidente: algo importante se está perdiendo por el camino.

El Orgullo LGTBIQA+ nació como una respuesta política, como una forma de lucha, no como una fiesta institucional. Y aunque celebrar los avances es legítimo, el peligro de convertirlo en un producto vacío de contenido es real. Así lo denuncia José María Rodríguez, activista y fundador de la Asociación Libres LGTBIQ+ de El Puerto de Santa María, quien advierte que el Orgullo “ha pasado de ser una jornada de denuncia y visibilización, a un escaparate superficial dominado por la estética, la purpurina y los discursos amables”.



Este vaciamiento del Orgullo no es accidental. La institucionalización excesiva, la mercantilización, la falta de participación de colectivos de base y la entrada de partidos políticos que históricamente han votado contra los derechos del colectivo, están desvirtuando su esencia. Resulta cuanto menos paradójico ver a ciertos representantes ondear la bandera arcoíris en las plazas públicas mientras, en los plenos, apoyan o toleran discursos y políticas que nos desprotegen y nos invisibilizan.

El caso de municipios como El Puerto, Cádiz o Jerez de la Frontera es representativo. Allí, donde el tejido social ha impulsado durante años espacios autogestionados de memoria y reivindicación, ahora se imponen celebraciones diseñadas desde los despachos, sin apenas implicación real del activismo local. El resultado: eventos vacíos de contenido, con presencia institucional pero sin discurso transformador.

Y sin embargo, el Orgullo sigue siendo necesario. Las agresiones LGTBIfóbicas siguen ocurriendo. Las personas trans, migrantes o en situación de exclusión siguen sin ver reconocidos sus derechos. La precariedad laboral y habitacional afecta especialmente a los cuerpos disidentes. No podemos permitirnos convertir esta lucha en un decorado amable para la foto.

El Orgullo debe ser —sigue siendo— una trinchera desde la que defender la vida. No basta con iluminar edificios: hay que garantizar derechos. No basta con una pancarta si, al mismo tiempo, se aprueban medidas que recortan libertades o se guarda silencio ante injusticias globales como el genocidio en Palestina. La coherencia es necesaria. Y la dignidad, innegociable.

Es momento de recuperar la esencia del Orgullo. De volver a la calle no solo para celebrar, sino para recordar por qué seguimos luchando. Porque, más allá de los fuegos artificiales, nuestros cuerpos siguen siendo resistencia. Y eso no se vende, ni se maquilla, ni se institucionaliza. Se defiende.