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“Nuestra harina El Vaporcito siempre apoya la cultura, el deporte y el arte”.
Esta entrega es de dos películas de estreno que son de amor, son interesantes y a la vez son bastante atípicas, rodeadas de circunstancias poco comunes. En el primer caso la guerra juega su papel en la historia, también la naturaleza sexual del varón. La segunda peli es única para mí en su género: uno de los amantes es asexuado.
Aquí van: El tiempo del amor (2023), de K. Quillévéré; y Slow (2023), de M. Kavtaradze.
EL TIEMPO DEL AMOR (2023). Comienza la película plan documental cuando el ejército norteamericano entra en Francia tras la derrota germana en la II Guerra Mundial. Hay celebraciones y escenas con el alborozo de la gente, de las muchachas liberadas, complacientes y haciéndose fotos con los soldados del ejército libertador.
Alterna este júbilo, de otro lado y paralelamente, unas duras imágenes que captan el momento en que otras mujeres jóvenes, acusadas de colaboracionismo e incluso de haber sido prostitutas de los alemanes, son golpeadas, afeitadas sus cabezas y humilladas.
La directora Katell Quillévéré, en colaboración con el montador Jean-Baptise Morin, corta esos archivos repentinamente y pasa a tomas en blanco y negro de su heroína, Madeleine (Demoustier), una colaboradora que huye de una multitud enfurecida y encuentra refugio finalmente, donde acaricia su embarazado vientre.
Ya en 1947, la protagonista es camarera en un hotel de la Bretaña, madre de un niño, Daniel (Hélios Karyo). Vestida con el traje tradicional bretón, Madeleine parece lo más francesa posible y hace lo que puede para enterrar su traumático pasado germanófilo.
A renglón casi seguido conocerá a un intelectual rico, François (Lacoste). Un hombre atormentado con el comienza una relación.
A François le gusta Madeleine, lo cual a veces no tiene reflejo en la cama. Con el paso del metraje vemos que François tuvo una larga aventura con un compañero de estudios, el cual, en un ataque de celos quemó el apartamento de la pareja.
Tras contraer matrimonio, cambian de residencia para trabajar en un local nocturno concurrido por soldados yanquis. Han tenido una hija, pero cada uno de ellos sigue escondiendo secretos importantes.
En el bar que regentan, las cosas marchan bien hasta que entablan amistad con un soldado negro llamado Jimmy (Morgan Bailey). La amistad se convierte en un romance a tres bandas, lo cual incluye un ménage-à-trois que acaba mal.
Relato de Katell Quillévéré, con guion de la propia Quillévéré y Gilles Taurand, una intensa y novelesca historia que fue presentada en el Festival de Cannes.
Quillévéré introduce en la historia dos consignas. De un lado, la protagonista siente que está sentenciada a la infelicidad ("No tengo derecho a ser feliz, puedo sentirlo"); de otro lado está la de que: "la oportunidad hay que saber aprovecharla", de ahí el emparejamiento con François.
Ambos esconden sus secretos. Madeleine y François han rehecho sus vidas con diferentes negocios para, posteriormente, tras haber heredado François un dinero de su familia, marchar a París, a principio de los años sesenta, donde llevan una vida burguesa.
Ha transcurrido el tiempo, ha evolucionado el amor y se ha añadido a la familia una niña. Pero en lo latente, el equilibrio sigue siendo frágil: él imparte clases en la universidad, ella gasta demasiado dinero y no comparte ninguna inquietud intelectual con su esposo El hijo insiste en saber sobre su padre y sólo la hija parece ser afín con las aficiones de su padre a la lectura.
Película que tiene todo el corte de las obras melodramáticas clásicas, que se disfruta, rodada cámara al hombro, fotografía esplendente, una música suave y delicada de Amin Bouhafa y un enfoque sensible y controlado que la Quillévéré acierta a llevar con pulso firme.
Tiene un reparto bueno, acertado, con brillantes actores, excelentes trabajos de Anais Demoustier y Vincent Lacoste; ambos cargados de vis dramática y una gestualidad y aplomo que aguanta bien los planos cortos y sugiere a cada paso del filme la idea de una felicidad que camina por la cuerda floja, un vínculo que se adivina va a romper aguas en alguna esquina insospechada de la historia.
Esta línea argumental amerita a la directora, pero también es obra en gran medida de sus intérpretes principales, a quienes acompañan muy bien otros artistas de reparto como Romail Francisco, Morgan Bailey o Hélios Karyo.
Entre otras, la cinta transmite un mensaje fuerte y conmovedor, sobre los sacrificios que requiere el amor y el matrimonio, sobre todo durante un período tan caótico como fue la posguerra. Pero a veces recurre a clichés, basándose más en tropos e imágenes melodramáticas, al que un texto de drama sutil y afilado que le habría venido mejor.
Aunque Quillévéré no siempre consigue mantener la tonalidad melodramática que pretende (hay diversas fallas del guion), sin embargo, su ambición como cineasta es laudable y su visión del malestar de posguerra, ciertamente verosímil.
Publicado más extenso en revista ENCADENADOS.
SLOW (2023). Una sensacional película con una impecable e intensa dirección de Marija Kavtaradze, con guion de su propia autoría que habla de Elena (Grinevi?i?t?), una bailarina contemporánea intensa y apasionada, que utiliza su cuerpo para expresar sus emociones, sus conflictos y sus relaciones íntimas.
Esa catarsis con la danza es compartida en medio de un fuerte coqueteo con el reflexivo Dovyda (Cic?nas), el cual, por otro lado, se expresa por medio de conversaciones y breves gestos. Ambos se enamoran de forma instantánea.
Mientras Elena imparte clases de baile, Dovyda actúa como intérprete de lenguaje de signos, ante un público de muchachos sordos que han ido a hacer danza.
Tras el platónico vínculo entre ambos casi a primera vista, la relación será puesta a prueba cuando él le confiesa a ella que tiene sentimientos románticos, pero que es asexual, o sea, que nunca ha sentido deseo sexual por otra persona. No habrá amor físico. Después de esta declaración, Elena queda perpleja pues ella es una mujer apasionada. No puede entender un vínculo meramente intelectual.
A la pareja se les plantea si el amor que se les brinda puede llenarlo todo o si deben encontrar a alguien que pueda satisfacer complementariamente las necesidades físicas y emocionales de Elena. Todo un reto social, moral y amoroso que no parecen dispuestos a enfrentar, él, sobre todo.
Reparto excepcional con una dirección magistral de actores, donde destacan una maravillosa, expresiva y brillante Greta Grinevi?iute como Elena, junto a un Kestutis Cic?nas superlativo que con los recursos gestuales medidos saca afuera de si una gama de matices increíbles en el rol de Dovyda.
La Kavtaradze se revela como una directora con un profundo conocimiento de la psicología humana y gran habilidad para trabajar con actores. A lo cual se une la precisión y el peso emocional de lo que la Grinevi?i?t? y Cic?nas aportan a sus personajes.
La anomalía del personaje y reflexiones sobre el tema
Recuerdo que el protagonista se dedica al lenguaje de signos con sordos, o sea, se mueve entre el silencio de sus atendidos. A este silencio de voces se añade el silencio sexual (“silencio libidinal”) como ser “asexuado”: Sin sexo, ambiguo, indeterminado.
Es también difícil entender una relación de pareja normal que silencia sexualmente su relación, o sea, donde no hay conexión corporal. Pues el erotismo se caracteriza por tener sus fuentes y objetivos en el cuerpo. Entre otras y sin entrar en aspectos de satisfacción recíproca, se hace imposible que ella quede encinta, caso de que quieran tener hijos.
Además, hay un concepto importante que se evidencia cuando él le pregunta a Elena qué echa de menos del sexo y ella le responde: “la mirada de cuando sabes que le gustas a alguien de verdad. Y la energía… puede ser algo muy poderoso”.
Claro, en la relación hombre-mujer, la mujer necesita saber que es capaz de seducir y atraer al hombre. Lo contrario le infringe un duro revés a su narcisismo como amante. En el hombre, su vanidad, lo que se impone es su respuesta erectiva.
Según el psicoanalista Erich Fromm la sexualidad no se puede separar del contexto general del comportamiento, la forma de ejercer la sexualidad es un reflejo de las formas de relación que tenemos los humanos, como una prolongación de la estructura del carácter de una persona y de su sistema de valores en el trato con los demás.
Según Fromm, hombres y mujeres estructuran su carácter de forma distinta. En el hombre, el alarde y la demostración es lo que define la "vanidad del varón. La "vanidad femenina" se significa por la necesidad de atraer y demostrarse a sí misma que es deseable para el hombre. Serían positivos, según Fromm, en el hombre la iniciativa, la actividad o la decisión; y en la mujer el encanto, la paciencia o la confianza.
Pienso que la directora Marija Kavtaradze acierta a analizar con perspicacia y valentía muchos casos de parejas que sin llegar al extremo de Elena y Dovyda, viven una relación insatisfactoria y abocada al fracaso.
En fin, la película tiene muchos mensajes y apuntes encubiertos que resultan de enorme calado e interés. El filme está cargado de anécdotas y detalles que son muy complejos e incluso aclaratorios para casos reales.
En la parte última hay bronca tras bronca, discusiones, pues ambos se quieren, pero el carácter asexual de él y la hipersexualidad de ella chirrían. “Esto es ridículo, y se ríen”. Los personajes están atrapados en un vínculo sin salida.
Al final, en una escena, ambos acostados el uno junto al otro, él le dice: “Nunca dejarás de importarme”; “¿Estás seguro?” -dice ella; “Sí, ¿Y tú?” -él; responde Elena: “También”. Se acercan el uno al otro en la cama, se abrazan estrechamente, primeros planos de sus caras y cuerpos unidos (larga secuencia en estrecho abrazo y sollozando).
PERO en la ultimísima escena vemos como ella se acicala, se viste con ropa de baile, manos llenas de anillos, cara rozagante. Sobre el tapiz de baile Elena se mueve junto a un joven, se ríen y se abrazan sinuosamente, música sensual, se dan suaves besos.
Él le pregunta: “¿Qué?”; ella responde: “Nada”. Y se besan con pasión infinita, primerísimos planos del largo beso; mientras, suena una bonita canción que dice: “Ansío amar y ser amada / ansío partirme en dos, / sin importar cuánto duela. / Después de todo, no hay nada más bonito en el mundo. Lo he visto todo en tus ojos, lo que una vez fue y lo que será, lo que una vez fue y lo que será, lo que una vez fue y lo que será...” (En foco aparte Dovyda traduce la letra al lenguaje de signos).
Publicado en revista ENCADENADOS.