Francisco Rueda Alonso será galardonado este domingo como ‘Hombre del mar’ en el convento del Espíritu Santo. Se trata del primer año que este reconocimiento, que parte de la Hermandad del Carmen, se aleja de la parroquia de El Carmen y San Marcos, para dar también visibilidad a la labor de apoyo de las comendadoras del Espíritu Santo con los pescadores y los hombres relacionados con el mundo del mar.
El acto tendrá lugar tras la misa, que comenzará a las once horas. Momento en el que Francisco Rueda podrá ser reconocido por su amplia trayectoria laboral en un mundo tan complicado como el de la pesca. Un sector que ha sido básico para la economía portuense durante décadas.
Rueda Alonso está relacionado con el mar desde los catorce años, alcanzando ahora los 78. Se metió en este mundo, como otros tantos jovenzuelos de la época, por necesidad. Como bien relata a El Puerto Actualidad, “éramos diez hermanos, y el único que trabajaba era mi padre. Yo soy el sexto de la familia y hacía falta dinero, hacía falta ayudar a la familia, porque se ganaba muy poco” y había muchas bocas que alimentar.
Así, relata que, por mediación de su madre, “que habló con Francisco Galán, cuñado de Manuel Ferrete, que vivía cerca de mi casa” se pudo hacer a la mar por primera vez. “Me saqué la libreta de embarque con catorce años y me fui en el Lucrecia”, el primer barco en el que se montó, “de marmitón”, es decir, de ayudante raso. Igual “quitaba la mierda a los marineros, que fregaba en la cocina”, hacía todas aquellas funciones que le requerían.
Por aquel entonces, cuando empezó, confiesa que “ganaba un cuartón, la cuarta parte del sueldo de un marinero”. Y ese sueldo se calculaba “según la pesca que se hacía y según la venta. El 50% de la venta se la quedaba el armador y el otro 50 se lo repartían los marineros”. En la época de la que habla, Paco, como le conocen los conocidos, podía aportar a su casa “unas 50 pesetas”.
El primer viaje lo hizo este ‘Hombre del mar’ de este 2023 en los años 60. Admite que esa primera incursión en el mar “no me gustó nada, pero después poco a poco me fue encantando”, admite. Los años siguientes “seguí trabajando en el Lucrecia, del que conservo buenos recuerdos”.
Aunque en su memoria guarda anécdotas agradables, también recuerda que también pasaban épocas complicadas. De hecho, confirma que “cuando el barco estaba amarrado en Las Galeras, los trabajadores nos veníamos a pintarlo. Por entonces el armador no nos daba ni un duro. Y nosotros íbamos sobre todo para guardar la plaza en el barco”, porque había muchos chavales que, como él cuando empezó, querían ocupa una plaza en el barco, puesto que era una de las principales salidas profesionales de la época.
Sigue relatando que de marmitón “me llevé seis meses, y después, aunque seguí con el mismo puesto, ya lo hacía ganando media parte. Trabajaba en cubierta, en cocina, en el sollado del barco”, donde hacía falta. Y ya “al año y medio el patrón me ascendió a marinero con menos de dieciséis años, y ya sí ganaba como tal”.
Se casó en el año 1972, “siendo ya patrón de barco”. El matrimonio ha tenido una hija y un hijo, que no han seguido los pasos de su padre, que admite que “yo tampoco quería que lo hicieran”, sabiendo que es un mundo muy complicado. Además, cuenta que tiene tres nietos, a los que se entrega. “Me dedico a pasearlos y a darles dinero para que vayan al cine”, dice entre risas, “y se compren algún caprichillo”.
Considera que ya fue suficiente sufrimiento para su madre el hecho de que él se enrolara en el mar, teniendo en cuenta que “yo fui el primer marinero de la familia, porque no había tradición. Como digo, había necesidad, y había que hacerlo”. Por eso se alegra de que sus hijos no siguieran su ejemplo.
Las fechas señaladas siempre han sido complicadas en el mar, lejos de la familia. La Navidad, por ejemplo, “se pasaba regular. Los primeros años no había teléfono para comunicarnos con la familia. Llamábamos a la Guardia Costera y nos ponían en contacto con los nuestros”, pero sin duda, costaba establecer el contacto y el momento de llamaba pasaba excesivamente rápido. En cambio, “cuando llegaron los móviles yo ya estaba en Marruecos”, pero fue muchos años después, admite.
Otra época que Francisco Rueda se perdió fue el nacimiento de su hijo. Cuando su mujer dio a luz él estaba embarcado, “y cuando volví mi hijo tenía cuatro meses”. En cambio, en el caso de su primera hija, “yo estaba aquí, porque el barco estaba reparándose. Mi mujer estaba fuera de cuentas y le dije al armador que no me iba”.
Si nos remontamos al momento en el que se jubiló, argumenta que lo hizo en el barco llamado FloPuerto III, en una empresa mixta, hispano-marroquí, como patrón. Un barco “en el que los dos últimos años llegué a sacar un millón de pesetas al mes”, porque la cantidad de pesca era superior que en la actualidad y se vendía a buen precio.
Esa época de convivencia y obligado entendimiento con los trabajadores marroquíes han dado también algún quebradero de cabeza al galardonado. Así, explica que, en los últimos años, unos marineros le comentaron que les habían robado el móvil, y además sabían quién había sido. Rueda quiso arreglarlo hablando con la persona a la que habían señalado, de origen marroquí, instándole a devolver los móviles, porque de otra forma llamaría a la policía al llegar a puerto. El señalado no devolvió los objetos robados, amenazando además al patrón del barco con cortarle el cuello si se lo encontraba en el muelle, de manera que, con el testigo de alguien que presenció la escena, consiguió que la policía lo encarcelara.
El fuego también ha estado presente en otro mal trago que vivió Francisco Rueda. Siendo armador, junto a otro socio, de un barco, se las tuvo que ver con un incendio. “El barco salió ardiendo en la mar. Estaba acostado, descansando del jornal, y al poco empecé a escuchar que había fuego. Me encontré con las llamas en una de las puertas del puente de mando, por lo que me vi saliendo por un pequeño ventanuco”. Confiesa que “me salvé de milagro”.
Anécdotas buenas, malas y regulares plagan la vida de Rueda. En su dilatada carrera profesional ha habido momentos para confiar, para la esperanza y para las ganas de abandonar. Pero admite que ha sido, en general, una vida llena de ilusión y buenos momentos, por lo que no se arrepiente de haberse dedicado al mar, que ahora le devuelve la gratitud en forma de galardón.